Un monte de O Pino que parece una fortaleza con final en un campo da festa

cristóbal ramírez

O PINO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

¿Qué se va a encontrar allí el viajero? Pues una estructura de, quizás, dos milenios de antigüedad que puede definirse como un muro perimetral de más de dos metros de ancho

20 nov 2021 . Actualizado a las 04:50 h.

Una propuesta solo para amigos de la naturaleza, con espíritu aventurero y sin miedo a los tojos. Los que acepten deben poner rumbo al municipio de O Pino, pero no por Pedrouzo, donde está la Casa do Concello, sino por la carretera a Curtis, la N-634, muy ancha, muy bien asfaltada, un auténtico eucaliptal, con varias limitaciones de velocidad y un radar fijo que hay días y noches que se debe cansar de funcionar.

Diciendo por delante que en Gradamil se extiende un área de descanso con la hierba demasiado alta (pero segura para los pequeños, porque está vallada), no se gana Ponte Carreira. Sí queda atrás O Marquiño y su larga recta, y un par de curvas más adelante una señal invita a desviarse a la diestra a A Barcia y Pena.

Para llegar a A Barcia utilícese el túnel que permite salvar con seguridad la N-634 y ya se ve la aldea ladera abajo, grandes y verdes prados que dan sensación de amplitud. De A Barcia y su entorno, con vacas pastando y algunos árboles frutales, emana algo de idílico, a pesar de que los hórreos necesitarían un cariño. Una casa de piedra que en sus buenos momentos no fue de las peores ni mucho menos, abandonada, pone una nota nostálgica.

En el cruce, a medio kilómetro de la nacional, procede elegir la izquierda. El GPS manda a la derecha, pero de esa forma se llega a una vivienda privada de gente realmente amable y de ahí no se pasa. Ante los ojos, un monte que impresiona no solo por su forma sino por la espesura del bosque que coloniza su parte superior. Son solo 363 metros sobre el nivel del mar, pero da una impresión de ser un reducto inexpugnable. También se la debió de dar al primer hombre al que se le ocurrió construir allí un castro, y de hecho hoy en día el monte se llama así: Monte do Castro.

Curva muy cerrada a la derecha y al dar la contracurva arranca un camino a la misma mano. ¿Llega hasta arriba de todo? No, porque al final hay que meterse en la auténtica selva. Otra manera de atacar el ascenso es seguir algo más e ir bajo la línea eléctrica, pero estéticamente no es maravillosa opción.

¿Qué se va a encontrar allí el viajero? Pues una estructura de, quizás, dos milenios de antigüedad que puede definirse como un muro perimetral de más de dos metros de ancho y que llega al metro y medio de alto. Da forma a una circunferencia de 130 metros de diámetro, según la web especializada patrimoniogalego.org. Cerca, muy cerca, el río Tambre, elemento de primer orden cuando se decidía donde levantar la vivienda: tenía que haber agua no demasiado lejos.

Si después de la aventura quedan ganas de buscar un sitio tranquilo, entonces hay que ir hacia Pena (nota negativa: una parada de autobús desvencijada, sin techo) pero sin entrar en esta aldea se continúa recto, siempre subiendo. En un punto aparece ante la vista la aislada iglesia de San Lourenzo de Pastor, un templo sencillo de esos que se encuentran aquí y allá en el mundo rural gallego. La ventaja de este —de una sola nave, con una sacristía lateral y espadaña de dos campanas, todo ello en muy buen estado por fuera— es que el cementerio no se echa encima del edificio, por una parte, y por otra que al lado dispone de un campo de fútbol con porterías y exceso de césped, y de un gran campo de la fiesta con fuente que cumple su misión y un pequeño parte infantil, además de un buen grupo de mesas y bancos. Un final relajante para toda una aventura.