Cuando a los comienzos de los 70 del siglo pasado había un acto cultural -¡de pascuas en ramos!-, allá iba todo el mundo universitario interesado. La mitad de las veces sucedía que la policía estaba a la puerta y, porque a algún fascistoide le daba la gana, todo el mundo a casa.
Hoy en Santiago se registra tal explosión de convocatorias que el problema es decidir día a día qué hacer y adónde ir. Por poner algunos ejemplos, ahí están la mesa redonda del martes sobre el futuro del Ensanche, en la que participé y en la que pensaba que íbamos a estar más sobre la tarima que abajo, y me equivoqué de cabo a rabo. O el excelente encuentro del World Trails Conference, con un nivel que va a ser difícil repetir en bastante tiempo, con asistentes de todo el mundo y con un programa tan denso que hubo que dividir por secciones, con 70 u 80 personas en cada una de ellas.
El problema no es, pues, ni cantidad ni calidad, sino concentración: todo eso sucede en Compostela. Si se exceptúa Sigüeiro -Oroso tiene un programa que abarca los 365 días del año bajo la dirección de un edil que justifica sin dificultad su nómina-, ¿qué hay en la comarca, fuera de la Asociación Afonso Eanes en Negreira y algo en Ames y Brión? No se trata solo de dinero, sino de voluntad política y de tener agallas para sacarse de la manga un programa que alimente culturalmente a la ciudadanía. Porque el resto es Facebook, ese cubo de basura que, en el colmo de la ignorancia, algunos quieren situar en el ecosistema del periodismo.
Vienen elecciones municipales. Ahora que aún no ha empezado la campaña me puedo permitir la licencia: no voten por los ediles que consideran que la cultura es algo secundario.