Melide y Arzúa, dos concellos con la Ruta impoluta y abundante oferta hostelera

cristóbal ramírez SANTIAGO / LA VOZ

MELIDE

Desde el límite de Melide con Palas de Rei hasta Arzúa, no fue posible encontrar un solo papel o plástico

21 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En lo que va de año pasaron docenas de miles de peregrinos por el Camino Francés, pero al menos en la provincia coruñesa, desde la frontera de Melide con Palas de Rei hasta Arzúa, no fue posible encontrar ni un solo papel o plástico. El diccionario remite a la palabra impoluto para describir el nivel de limpieza de la Ruta Jacobea en ese tramo, que, además, ofrece unos maravillosos trozos de bosque, patrimonio a raudales y servicios hosteleros en cualquier esquina y a precios muy reducidos. Eso sí: con las excepciones de rigor, el Camino Francés es tan ancho que en él se pueden cruzar dos coches sin problema.

Justo al comienzo provincial las cosas no son tan bonitas, porque el peregrino ha dejado atrás un tramo de matrícula de honor y entra en Melide pisando asfalto, con nada interesante en diestra y siniestra no siendo la premiada cooperativa ecológica Milhulloa, todo un ejemplo empresarial. Pero el peregrino de eso no sabe nada, solo le interesa confirmar que quedan 59,208 kilómetros hasta el Obradoiro y se desanima un poco cuando ve en un panel que existen «caminos complementarios», algo que no figura en las guías, que no comprende y que lo desorienta, de manera que la mayoría sigue la senda oficial.

Pero ese mal sabor inicial dura tan poco que no queda en la retina de nadie, ya que llegando a la carretera general que une Palas de Rei con la capital de Galicia la abandona sin pisarla y desciende por un túnel de árboles. Curioso: en medio de la nada fue colocada una aislada y bien cuidada papelera de la que no se olvida el correspondiente servicio de limpieza.

La localidad de Leboreiro ejerce de freno: todo el mundo se para una vez que se dejan atrás los horrorosos y sucios contenedores de basura y reciclaje. Salvo los que llevan guía, que no son muchos, suelen ignorar que ya en tiempos pasados era lugar de parada y de avituallamiento. Hoy, siguiendo esa varias veces centenaria tradición, se ha instalado una tienda donde se encuentra de todo lo habitual en estos casos: conchas de peregrinos, bastones, calabazas en miniatura, imanes para el frigorífico… Su dueña se limita a decir que los días de más agobio son los martes y miércoles.

¡Qué diferencia con 1993!

Tras pasar el puente local y dar algún zigzag, el Camino entra en el parque empresarial de Melide y marcha en paralelo a la carretera general. ¡Qué diferencia con 1993, cuando se plantaron aquellos árboles que, debido a su tamaño, no daban sombra! Los peregrinos se derretían en verano en ese largo tramo que conduce a un descenso de sobresaliente que conduce al no menos espectacular puente sobre el Furelos. Ahora aquello es un grato paseo bien cuidado, pero que sin duda alguna necesita más árboles y más pared vegetal de baja altura en la parte que mira al asfalto. Incluso la entrada a Melide, que durante años era un ejemplo de caos urbanístico y paisaje poco grato, ha mejorado el cien por ciento, con viviendas unifamiliares bien cuidadas, con cierto gusto y alguna con flores que alegran la vista.

El casco urbano ya es harina de otro costal. La parte moderna es un ejemplo de destrucción de la arquitectura tradicional gallega, pero por suerte el peregrino está poco tiempo en ella, pasa el mojón 52,501 y se interna en la calle más importante desde el punto de vista histórico: la de San Pedro, que se prolonga en la Principal.

En la parte llamada San Pedro los edificios son peores, pero algunos comercios modernos y preciosos -como una heladería donde se puede tomar helado hecho con las «herbas de San Xoán», por ejemplo; o un establecimiento hostelero- parecen invitar al resto a modernizarse y a convertirse en una vía con un encanto que ahora no tiene pero que puede tener. Sea dicho de paso, tal cosa se decía ya en el primer Xacobeo. Y añadido: una pena que la plaza da Constitución esté como está.

Entre Melide y Ribadiso

Subida al castro, emplazamiento luego del castillo, y llamada de dos alemanas en macarrónico español: «Por favor, señor, ¿qué dice?». Y es que el pequeño panel informativo sobre las vicisitudes de esa colina está solo en gallego.

Tramo impecable el que viene una vez que queda la localidad a la espalda, con zonas de bosques de auténtico lujo, una invitación a ir por un camino complementario -no aporta nada-, gran descenso y primera de las tres áreas recreativas arzuanas en esta etapa: la de A Peroxa. Y se muestra como sus dos hermanas (Punta Brea y Río), bien señalizadas, bien paneladas, pequeñas, entrañables, quizás no les vendría mal un corte de hierba… Muy usadas por los peregrinos, que realmente las agradecen. Además, los contenedores de basura y reciclaje están ocultos tras una especie de caja de madera que no desentona.

Boente no era nada en el 93: unas casas estiradas a lo largo de la carretera con una iglesia que tenía y tiene en el altar mayor una figura de Santiago Apóstol. Ahora hay servicios hosteleros y casas reconstruidas. Sigue presumiendo en silencio de ser un ejemplo para todas las demás iglesias que encuentra el peregrino: está abierta y hay voluntarios atendiendo y sellando la credencial, necesaria para conseguir la compostela una vez que se arriba a Santiago. Y una mención más a Boente: frente al templo, un pequeño pero bien visible cartel advierte de que no se debe consentir que los perros emprendan ruta con los caminantes.

El largo descenso por pista muy ancha, demasiado, de zahorra primero y asfalto al final, conduce al albergue más alabado en media Europa: el de Ribadiso. Una buena gestión del Xacobeo logró que hace un par de años fueran retirados de primera línea los contenedores. Ahora ese enclave se ha convertido en un pequeño núcleo de servicios, con un albergue, un bar y una pensión, todos en piedra y ejemplo de cómo el feísmo no es asignatura obligatoria en Galicia: lo practica quien quiere.

Vandalismo al final de la etapa

A medida que Arzúa está más cerca empieza a aparecer el vandalismo: un buen número de marcos, camino de convertirse en la mayoría este verano, tiene pintadas estúpidas, a tono con la capacidad cerebral de su autor. La Consellería de Cultura debería tomar nota ahora que son pocas y dan muy mal ejemplo, y chorrearlas para dejarlas como estaban en origen. Aparte eso, Arzúa es ejemplar: están muy bien indicados en madera los servicios de alojamiento y restauración.