Reconstruyendo un viejo camino en Oroso y Frades por la ruta que trazan las iglesias

cristóbal ramírez

FRADES

CRISTÓBAL RAMÍREZ

La comunicación entre los municipios se hacía en otros tiempos teniendo como referencia los templos

15 ene 2022 . Actualizado a las 04:55 h.

Nuestros caminos encierran historia. Excepto las pistas de concentración parcelaria, las vías tienen encima siglos o incluso milenios. ¿Por qué los que iban o venían a Compostela elegían tal o cual trazado? No existe una sola respuesta: la orografía, las vías heredadas de los romanos (hay muy pocos caminos documentados anteriores a las legiones), la costumbre, la seguridad… y las iglesias. Los templos fueron lugares de referencia tanto geográfica como humana: estar a su sombra era sensación de seguridad.

Por supuesto que el asfalto se ha llevado todo eso por delante. Pero entra en lo posible revivir aquellos viajes a pie o a caballo por los caminos de herradura, que así constan en la documentación. No se necesita ir muy lejos, basta con llegarse al municipio de Oroso y seguir al de Frades —o viceversa, por supuesto— «saltando» de iglesia en iglesia. Y aquel camino de herradura es hoy una moderna carretera, ancha, con muy buen asfalto y generosa en curvas. En la actualidad posee otra ventaja: el recorrido se hace por espacios muy abiertos en los que será difícil encontrarse con alguien, y ello quiere decir nulas posibilidades de contagiarse de covid.

De manera que a Sigüeiro y en la rotonda, a la derecha por la llamada carretera de Grabanxa (la DP-3801), para dejar atrás la localidad y en el kilómetro 2 divisar a la diestra la primera iglesia, la de A Gándara, de un barroco sólido y luminoso gracias al óculo de la fachada. Los alrededores resultan muy gratos.

A continuación queda a la diestra Santo Tomé de Vilarromarís, en las cercanías del kilómetro 5. Ahí los más pequeños pueden explayarse ya que hay un terreno muy amplio y un pequeño parque infantil en buen estado. El templo muestra dignidad, está cuidado y carece del toque algo ampuloso del anterior.

La siguiente parada no es un edificio, es paraje: el río Samo, que baja muy rápido. Ya no se pasa por el puente viejo, que sigue en pie con su encanto, vecino de una zona de mesas y bancos. El lugar se merece el honor de ser el más bonito del recorrido, si bien no hay que quitar el ojo a los menores.

Y de ahí a San Xoán de Calvente, que queda a la derecha del asfalto. Su planta se diseñó larga y estrecha, y eso hace un fuerte contraste con su doble campanario, que parece no guardar las proporciones con el resto de la fachada. Se trata de algo buscado hace más de dos siglos, cuando lo que se pretendía era que eso que parece una deformación obligase a mirar hacia arriba, hacia el cielo, y eso sigue valiendo para el siglo XXI.

La penúltima parada ya se intuye desde muy lejos, cuando se va a ascender por una recta y se ve la iglesia de Fonte Santaia, en Moar, allá arriba, con 16 kilómetros a las espaldas desde Sigüeiro. Se trata de un edificio también muy alargado y con un campanario desproporcionado adrede. A su lado llama la atención un campo de deportes, pero lo hace aún más el cementerio, ejemplo de cómo ampliar un camposanto sin tapar la iglesia y, además, con un diseño elegante, simple y moderno donde mandan las líneas rectas.

Un par de kilómetros más adelante un desvío a la diestra, por suerte sin asfaltar, conduce a la capilla de San Roque de Moar, una pequeña joya de mampostería con sillares encintando los vanos y en los esquinales, y con inscripción en el dintel de la puerta, lejano palco de música abandonado que en su lenguaje mudo habla de tiempos pasados, cercanos lavadero y fuentes, con un arroyo de aguas limpias, y todo ello junto pone punto final a la excursión.