Las religiosas que cambiaron Galegos, en Frades

Olimpio Pelayo Arca Camba
OLIMPIO P. ARCA SANTIAGO / LA VOZ

FRADES

Las doroteas llegaron en 1964 al pazo que les cedió la familia Linares Rivas y con su implicación social transformaron esta parroquia

01 jul 2021 . Actualizado a las 22:51 h.

Praza das Doroteas. Es la placa que puede leerse en el área pública impulsada por los colectivos sociales de Galegos (Frades), como homenaje a una inmensa labor transformadora realizada por la congregación de monjas que se asentó en el pazo de la parroquia en el año 1964. Llegaron allí de la mano de Rosario Linares-Rivas —hija del que fuera alcalde de A Coruña Maximiliano Linares Rivas—, quien cuando en los veranos dejaba Madrid para desplazarse a Santiago vivía en la residencia compostelana de las doroteas. En julio de 1966 se rubricaba la cesión a la congregación tras comprobar Rosario que cumplían con la labor de promoción de los vecinos de la zona.

Porque Galegos vivió un antes y un después de la llegada de las hermanas. Hasta doce ocupaban el pazo en aquellos primeros años, en los que se involucraron completamente, codo con codo con los vecinos, para mejorar la vida de todos ellos. Lo resume Remedios Miguélez, una de las tres religiosas que continúa en el pazo: «Cando viñeron as primeiras, este lugar era coma todas as aldeas de Galicia: sen accesos, case sen luz, sen apenas servizos ... Elas loitaron moito para que a xente puidese acceder a mellores condicións».

No es de extrañar así que en el colectivo vecinal fundado por Luis Sánchez Rey hacia 1980 ocupase un lugar destacado la religiosa Amalia Tomé Rocha, una de las primeras y más implicadas, al igual que Manola Rodríguez Presedo. Congregación y colectivo fueron siempre de la mano, continuando la labor benefactora que siempre mantuvieron las hermanas con los vecinos. Al poco de hacerse con las propiedades resolvieron con los abogados la cesión de las casas y un pequeño terreno para cada uno de los 19 caseros que había tenido la familia en la zona: 11 en el propio pazo, y los demás en otras propiedades en sitios como Calvente y Santalla.

También a ellas se debe la llamada «carballeira dos 29». Fue la respuesta a una solicitud vecinal: «Os máis novos, como recibían moi tarde as herencias, necesitaban terreo onde construír as súas casas». Las religiosas les vendieron parcelas a cada uno de aquellos 29 jóvenes a precios muy asequibles y dándoles todas las facilidades de pago. Ese dinero fue para otra obra social: adquirieron dos pisos en la calle Teo, que unieron para albergar a jóvenes de la zona que continuaban sus estudios en Santiago, facilitándoles así el acceso a enseñanzas superiores.

Una escuela con comedor

No es de extrañar que uno de aquellos vecinos implicados en la asociación vecinal, José María Mirás, afirme: «Foron auténticas madres Teresa de Calcuta dende que viñeron para aquí». Lo dice él, que estudió en la escuela del pazo, que llegó a tener un centenar de alumnos en tres aulas: «A dos grandes, a dos medianos e a dos pequenos. Sen pagar nada». Años después, sus propias hijas cursaron allí los primeros niveles educativos, antes de trasladarse al colegio de Ponte Carreira.

Remedios Miguélez explica que acudían niños de otras parroquias, por lo que se habilitó un comedor para 40 niños, e incluso en una vivienda construida por Rosario Linares-Rivas para tener capellán en el pazo —inmueble que nunca llegó a cumplir esa función— dispusieron un pequeño internado para algunos escolares. Entre sus iniciativas sociales, también impulsaron una cooperativa en sus terrenos que producía fresas, repollo, flores y frambuesa, dando trabajo a gente de la zona.

Una labor altruista sin fin, con recientes cesiones de terrenos

La labor altruista de las doroteas de Galegos parece no tener fin. Ellas cedieron a la asociación de vecinos terrenos donde se asienta el campo de la fiesta, y también una fraga situada anexa. En el 2011 una amplia superficie, hasta un pequeño arroyo que la atraviesa; y el pasado año completaron la cesión de todo el terreno, alrededor de dos hectáreas. El pazo sigue abierto a la comunidad: el local construido en su día para impartir clases, se utiliza ahora para actividades como gimnasia de mantenimiento y pilates.

Las tres monjas viven un día a día sencillo: limpian la huerta, se encargan de la ropa de la iglesia y también de impartir catequesis. En la pandemia, utilizando el WhatsApp. Dispuestas a colaborar en las necesidades que se les planteen, dentro de sus posibilidades. Allí viven las hermanas Remedios y Carmen Miguélez Méndez, de Lalín, y también Josefina Paz Hermida, de Rodeiro. Reme, que es como la conocen todos sus convecinos, llegó en el año 1987, y habla maravillas de su tierra de adopción: «Aquí estamos moi ben, moi integradas, sempre houbo unha relación moi amistosa e de colaboración. Empezou coas primeiras irmás e seguiu sempre». La misma opinión tiene Fina: «Galegos a min encántame, por todo: é un pobo moi acolledor, moi bonito, e a xente é moi boa».

Ellas tres son las actuales residentes en un inmueble que se fue adaptando a las necesidades cotidianas. En su día, Rosario Linares-Rivas realizó una ampliación para acoger una capilla, donde llegaron a celebrarse bodas y a oficiarse la misa dominical de Galegos. Y por la tarde, había cursos de diferentes materias.

Un pazo con historia

Todo ello en un pazo con historia. El 15 de abril de 1690 durmió allí la reina Mariana de Noeburgo, esposa del rey Carlos II, en su viaje de A Coruña a Santiago. El monarca concedió a su propietario, Antonio Mosquera Pimentel y Ribadeneyra, el privilegio de poner cadenas a las puertas del pazo. Nunca las doroteas las utilizaron.