Bastavales, en Brión, broche de oro para un recorrido largo por la orilla del Sar

cristóbal ramírez

BRIÓN

CRISTÓBAL RAMÍREZ

La ruta, en la que la figura de Rosalía de Castro está presente en cada metro, parte del área recreativa de Lapido, en Ames

22 oct 2022 . Actualizado a las 23:00 h.

Lapido, en Ames, es un lugar que se presta a conocer el Sar, tan ligado a Santiago. La figura de Rosalía de Castro está presente en cada metro de ese simbólico río, y en Lapido, con su área recreativa, en un día de bruma hasta es posible imaginarla. Unos metros arriba, entre las casas, se yergue, además, la ermita de A Merced, con una inscripción en un lateral y un crucero antes de ella; algunos vecinos hablan de ella en plural, As Mercedes. Pero es en la parte baja donde el Sar parece descubrir sus misterios. Los viejos y los no tanto, porque ahí está el lavadero y un molino de gran tamaño que no funciona, pero que se ve impecable tras su rehabilitación del 2001. El entorno urbanístico, de notable alto, con tres hórreos también en buen estado y casa de piedra vista ante los ojos. En fin, una prueba de que el feísmo no es una maldición que no se pueda combatir.

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Siempre sin cruzar el Sar, a la izquierda de la carretera queda una elevación desde la cual se ve un buen trozo del bosque de ribera, al que es posible llegar desde ahí en un entorno grato con mucha vivienda unifamiliar en la retaguardia pero ninguna de diseño agresivo. Y algo más adelante, en la bifurcación, a la izquierda, donde hay una pequeña área de descanso.

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Ahí comienza un paseo muy ancho que acompaña al río en su curva, con magníficos sauces llorones en la otra orilla. Alumbrado público y papeleras contrastan con un «caneiro» construido con enormes piedras hace ya muchas décadas.

Una pequeña elevación se convierte en un buen mirador para distinguir el punto exacto donde el Rego dos Pasos rinde sus aguas al Sar. Esta es la parte sureña de Bertamiráns, que hace solo medio siglo era un cruce de carreteras con tres tabernas y, en una de ellas, una niña muy rubia con un nombre entonces insólito que atraía la atención de todos. Se llama Celta.

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Son historias que el excursionista no va a conocer porque si lo que quiere hacer es continuar con la compañía del río va a callejear un poco, sin duda deteniéndose ante un crucero con un fuste cuya gran altura le va a impresionar. Quizás no pare cuando cruce otro arroyo —el Rego do Pego, afluente del Sar— y pase ante un lavadero (Lavadoiro de Outeiro), ya en Rial, dejando a la derecha el desvío a Vilanova y una pista de baloncesto que pone una nota de feísmo a la ruta.

El parque infantil que está más adelante equilibra un poco esa sensación, mientras por la izquierda parten diversas pistas que sí conducen hasta el río, pero que no continúan por su orilla. Valen, desde luego, para disfrutar de un paraje agradable y regresar a casa con una foto.

El siguiente núcleo habitado es Gándara, de cuya parte trasera arranca una vía muy grata de recorrer por esa zona más o menos llana que está poblada de árboles, y tantos son que la densidad impide ver la corriente, que desde luego se escucha más saltarina ahora que empiezan las lluvias tras la larga sequía.

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Por cierto, que va a aparecer un desvío a la derecha que conduce al campo de fútbol y que no hay que coger. Así se llega a A Telleira, por donde el río, que de repente se ha vuelto estrecho, corre muy encajonado. Si hay coche de apoyo debe estar en la aldea de Valdoíso, a tiro de flecha, para hacer la vuelta dando un muy pequeño rodeo para conocer la capilla del Divino Salvador y antes, a la izquierda, contemplar la iglesia de Bastavales, cuyo sonido de campanas inmortalizó precisamente Rosalía de Castro:

Campanas de Bastabales,

Cando vos oio tocar,

Mórrome de soidades.

Un final poético para una excursión que, entre coche y caminata, ocupa una jornada entera.