Eduardo Raposo, el corredor de ganado de Arzúa de casi 107 años

Natalia Rodríguez Noguerol
natalia noguerol MELIDE / LA VOZ

ARZÚA

PACO RODRÍGUEZ

El centenario, nacido en 1914, narra una vida admirada por sus vecinos

29 ago 2021 . Actualizado a las 22:59 h.

Alguien que quiere bien a Eduardo Raposo Quintás tuvo la deferencia de escribir a La Voz para poner sobre la pista de la interesante historia que custodia prácticamente intacta en su memoria este vecino de Arzúa que cumplirá el 7 de septiembre 107 años. Su hija Felisa se imagina quién pudo haber sido, y, sin tener la certeza, apuesta por dos hermanos, también de la tierra del queso, a los que su padre echó una mano cuando les vinieron mal dadas. A uno de ellos lo recomendó para un empleo en Gerona, y otro trabajó para él como transportista cuando las ferias eran el pan de cada día, y un modo de vida. En su caso, como corredor de ganado, junto con su hermano Juan.

«Había 111 vagones para embarcar; pasábamos allí de cinco a seis días», narra el centenario un capítulo del relato que comparte sobre el transporte desde la estación de tren de Curtis de los equinos que adquiría para trabajos en los campos de Castilla. «Valencia, Palma, Asturias, Cataluña... también mandé ganado para todos esos sitios», recuerda Enrique Raposo, que enumera, de la primera a la última y sin equivocarse, todas y cada una de las ferias a las que acudía cada mes: «El día 1, Monterroso; el 3, Lalín; el 4, As Cruces; el 5, Chantada...». Y así, hasta final de mes. No se olvida de las ferias del 8 y del 22 que continúan celebrándose en su Arzúa natal; la del ganado, antes también en la centenaria carballeira próxima a la rúa Fraga do Rei, donde reside en la vivienda que adquirió poco después de contraer matrimonio con Mercedes Castro Agra, que era de la parroquia de Viladavil.

«Cuando me casé -en agosto de 1949-, había llegado a algo, gracias a Dios», responde en alusión a la casa familiar, cuando se le pregunta por qué empezó a trabajar de niño. Tenía solo 10 años cuando se inició en el oficio, en el que se ganó la confianza y la amistad de los industriales cárnicos para los que adquiría ganado vacuno y porcino. Felisa y su hermana Mercedes definen a su padre como un hombre «serio en el trato y en el trabajo, diligente, moderado y con criterio, conversador, voluntarioso, y con genio, pero buen corazón». Les falta una cualidad: Eduardo Raposo es un hombre honrado. Los hechos lo definen. Manejaba dinero ajeno -«me lo mandaban al banco», cuenta- para comprar varios cientos de reses de ganado. En una ocasión, cargando 300 cerdos en la feria de Arzúa, cayó desplomado y falleció uno de los industriales para los que adquiría ganado. Los vendedores temían por el cobro de las reses, pero «no dejé de pagar nada a nadie», apunta.

Es el recuerdo que rescata de «Juan, de Girona, un buen señor, no despreciando a nadie, que tenía carnicerías de cochinillos en Las Ramblas», detalla.

Tampoco se olvida de Rolando Troy, de Manresa. «Todas las semanas le compraba 500 cerdos para recriar y engordar para sacrificar», cuenta Eduardo Raposo, que también acudía a las ferias para comprar las mejores reses equinas para las carnicerías de dos hermanos de Pontevedra que lo obsequiaron, según recuerda, con la primera radio que tuvieron en casa.

Un soldado de la «quinta del 35» que no perdona una buena faria, ni un café con gotas

Cuentan Felisa y Mercedes Raposo que su padre no perdona una buena faria, ni un café con gotas los fines de semana, y en fiestas de guardar. Y a sus casi 107 años, Eduardo Raposo tampoco renuncia a un vaso de vino a las comidas, ni al rosario, ni a la misa que escucha todas las mañanas por la radio. Las noticias, que no siempre hacen daño, también están presentes en la rutina diaria de este centenario de Arzúa que guarda en cajas de puros de la extinta fábrica de tabacos de A Coruña documentos que avalan lo que es: memoria viva del siglo pasado.

La cartilla militar de tropa del ejército español certifica que es, como él mismo dice, «de la quinta del 35». El 1 de agosto de ese año ingresó como soldado destinado al Regimiento de Infantería de Lugo. «Me alisté al servicio militar en Betanzos», recuerda, y, «me faltaban 14 días para licenciarme en Jumilla, Murcia, cuando estalló la guerra», prosigue. En el frente, tuvo la buena suerte de lado. «Estuve de asistente de un teniente, don Elías Pérez Barreiro, en Asturias, Teruel, Zaragoza, Huesca, Navarra..., durante 48 meses», cuenta. En efecto, la cartilla militar fecha en 1939 la licenciatura del servicio.

Como oro en paño también guarda Eduardo Raposo el detente que lo acompañó, cual amuleto, en sus años en la Guerra Civil. «Me lo dio Concha de Eustaquio, una modista que había en Arzúa», recuerda. Esa imagen religiosa no es la única reliquia que conserva el centenario, que aún tiene las cartillas con membrete propio que utilizaba cuando era tratante, y los permisos que tenía que solicitar al veterinario para poder transportar el ganado. Pero el tesoro de más valor de todos cuantos custodia Eduardo es un consejo que comparten sus hijas: «Dale a la gente que tiene necesidad, nos dice».