El paraíso de la miel está en Arzúa, a tiro de piedra de un molino en ruinas

cristóbal ramírez SANTIAGO / LA VOZ

ARZÚA

PACO RODRÍGUEZ

Entre el embalse de Portodemouros y O Enredo do Abelleiro-Museo Vivente do Mel

13 mar 2021 . Actualizado a las 23:54 h.

Dos obviedades iniciales: la pandemia sigue, y la vida también. Así que con la primavera a la vista es hasta imperioso salir a disfrutar de la comarca compostelana, cada vez más achicada en sus espacios naturales. Pero a disfrutar en lugares donde no haya nadie, donde sea imposible contagiarse. Lugares que esperan a ser descubiertos o, quizás, redescubiertos.

Por ejemplo, tomando en el centro de Arzúa la carretera que se dirige al sur, al pazo de Brandeso de reminiscencias valleinclanescas y a la iglesia de Dombodán, se llega al cierre del gran embalse de Portodemouros, que se convierte en una lección de geografía humana para los más pequeños de la familia. Cruzar la presa, por cierto, impresiona.

Pero justo antes de verse entre el agua por la izquierda y el vacío por la derecha parte una carretera a la diestra que lleva en un par de minutos a un entorno muy bien cuidado, en realidad impecable, donde solo pone una nota feísta un muro de ladrillo que no tiene nada que ver con esa gran obra que desde hace más de 30 años lleva adelante un solo hombre, ahora con la inestimable ayuda de su hija Amparo: O Enredo do Abelleiro-Museo Vivente do Mel.

Abierto mañana y tarde con la preceptiva pausa para comer (entre 2 y 4), O Enredo es un paraíso para las abejas. O mejor dicho, para el conocimiento de las abejas. Un enclave insólito como no existe otro igual, un auténtico tesoro que hay que conocer. Incluso uno puede apadrinar una colmena y llevarse unos kilos de miel gratis cada año. Su tienda deja boquiabierto, y quien no encuentre allí el regalo idóneo para sí o para otra persona es que tiene un problema. Súmesele que Amparo, para decirlo con palabras directas y llanas, es un encanto que se enreda de maravilla con los niños.

Una aclaración: entrar a la tienda es gratis. Ver el museo, el laboratorio, la zona de colmenas, el taller, etc., no, porque ahí no se vive de subvenciones, sino que se mantiene con mucho esfuerzo.

Pero también hay que estirar las piernas. Déjese el coche en ese aparcamiento tan bien cuidado, con un buen ejemplar de hórreo y un tronco hueco que llama la atención, y échese a andar. A los pocos metros una pista se desvía a la derecha, y salva el regato de As Carballas, que forma una pequeña fervenza vecina de un molino en ruinas. El entorno de esa fervenza -no así el interior del molino- es seguro para los niños, que sin duda disfrutarán ahí.

Y siguiendo esa pista se asciende con una pendiente no suave, sino moderada. La magnitud de la presa va quedando a la vista, en un paisaje donde el eucalipto y sobre todo el pino le han comido el terreno a las carballas que en su día dieron nombre al monte y que hoy brillan por su ausencia.

De todas formas, el paseo es mucho más grato a la ida que a la vuelta, vuelta que se da en cuanto se llega a las primeras casas, porque entonces queda ante los ojos una gran mina a cielo abierto. No es bonita, pero sí es otra lección de geografía humana.