¿Y si hacemos el Camino de Santiago?

Natalia Rodríguez Noguerol
natalia noguerol ARZÚA/ LA VOZ

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La rusa Oxana Gracheva y su pareja cambiaron Madrid por la vida en un pazo rural de Arzúa. La ruta jacobea y la agente inmobiliaria Rosy Costoya son los «culpables»

12 ene 2020 . Actualizado a las 12:51 h.

«Es un titular con mucho significado, porque el Camino les ofreció mucho más de lo que quisieron agradecer recorriéndolo». Quien habla es la autora del titular de esta crónica, Rosy Costoya, tan excepcional contadora de historias como agente inmobiliaria. Sin su mediación, Oxana Gracheva y José Antonio Fernández-Villarjubín no hubiesen podido dar un giro copernicano a su vida, dejando atrás un barrio madrileño con más de 250.000 vecinos por una parroquia del interior coruñés que no llega a los 350 lugareños. Cuenta la pareja que, en agradecimiento a haber logrado mudarse de un apartamento de 48 metros cuadrados a un loft de 200, decidieron hacer el Camino. Y en plena peregrinación, experiencia que ella define como «muy sorprendente», él se preguntó: «Qué hacemos en Madrid» Se calzaron las botas y cargaron la mochila a la espalda el pasado agosto, y desde noviembre, esta moscovita que hace 15 años llegó a España para quedarse y este madrileño sin más vínculo con Galicia que «un amigo de Lalín» habitan una casa grande, con cuatro siglos de historia, en San Martiño de Calvos de Sobrecamiño, Arzúa.

Conocido como pazo de Briones, la propiedad «es la primera vez que cambia de linaje familiar», apunta Rosy Costoya, gerente de Galician Country Homes, la agencia de intermediación inmobiliaria a la que confiaron la venta los antiguos propietarios, de una familia gallega con antepasados aristócratas ligados a la realeza. «Fue una de las más bonitas, nobles, sinceras y serenas que se hicieron, por la alegría de Oxana y Jose de adquirir lo que sintieron que era de ellos, y por la del antiguo propietario por vender a quien tenía que vender», recuerda Rosy, que aplica una filosofía de venta que distingue a su empresa de las agencias inmobiliarias al uso. La llama «neuroemocional» e imprime un sentimiento, compromiso y responsabilidad en la manera de trabajar que «va más allá de cerrar una transacción económica», porque, explica, «es un legado lo que estás transmitiendo». Por eso mismo, no pone las propiedades en manos de quien «no creo que honre ese legado que estoy entregando», añade Costoya.

En la venta en Arzúa vio «con claridad meridiana» que Oxana sería la nueva propietaria. «Aunque tenía muchos pretendientes, le di mi palabra de que le guardaría la casa, y ante los antiguos propietarios defendí que, pese al descuento considerable, no podían perder esa oportunidad», cuenta la gerente de Galician Country Homes, a quien la experiencia le dice que «al vendedor tampoco le importa tanto ganar 40.000 o 50.000 euros más o menos, si al final la historia se sigue escribiendo». También Oxana tuvo claro desde un primer momento que «la casa era nuestra». Ella, observa Rosy Costoya, «supo ver la grandeza» de una construcción que, después de una década cerrada, empezó a recuperar ya todo el esplendor que en el pasado le dio la centenaria testadora de los últimos propietarios. Era, según cuentan, una mujer culta, con carácter, de firmes valores y convicciones, y refinadas formas, con la que la nueva moradora se sintió, de alguna manera, identificada, más allá de la casualidad de ser las dos hijas de militares. La casa «era una joya en bruto que solo necesitaba pulir para que brillase», afirma la nueva dueña.