Tejedor, el artesano de Ames al que Díaz Pardo confió su vidriera para el Parlamento gallego

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

AMES

El taller de Tejedor, que se anuncia con un singular vitral policromado a pie de la carretera que va de Santiago a Noia, parió vidrieras de todos los estilos y alguna llegó hasta Rochester (Nueva York), además de realizar restauraciones de piezas de otros autores. Rulina, alicates, varillas de plomo para las siluetas, estaño para los engarces, esmaltes transparentes y hornos forman parte de su día a día. «Las herramientas son bastante básicas y casi no han variado en siglos», asegura José Luis Tejedor.
El taller de Tejedor, que se anuncia con un singular vitral policromado a pie de la carretera que va de Santiago a Noia, parió vidrieras de todos los estilos y alguna llegó hasta Rochester (Nueva York), además de realizar restauraciones de piezas de otros autores. Rulina, alicates, varillas de plomo para las siluetas, estaño para los engarces, esmaltes transparentes y hornos forman parte de su día a día. «Las herramientas son bastante básicas y casi no han variado en siglos», asegura José Luis Tejedor. Sandra Alonso

Lleva más de 30 años dedicado al oficio y es heredero de los maestros compostelanos

10 nov 2021 . Actualizado a las 09:59 h.

Nació en Zamora, en el 58, pero sus padres fueron «emigrantes de interior» y acabaron en Galicia. José Luis Tejedor tenía ya de joven buena mano para la pintura y fue su hermana quien le propuso asistir a unas clases que daban en el conservatorio histórico de Santiago de vidriería artística. «Yo no le hice ni caso y al cabo de unos meses vi por la calle otra vez un cartel que lo anunciaba», relata. Así se cruzó en su camino una profesión a la consagró su vida, y van ya más de 30 años desde su taller de Os Batáns (en el concello de Ames).

Su primer maestro fue José Mosquera Vieites, quien además de manejarse entre vitrales policromados era profesor de música y bombero en Compostela. «De él aprendí lo básico, cogí afición por este mundo y me entró el gusanillo de querer saber más. Hizo muchos trabajos en el cementerio de Boisaca y son muy curiosos porque, dentro de esa falta de perfección suya, algo tosca, tienen una gracia especial, el sello de alguien muy puro», dice Tejedor sobre El Bombero, quien a su vez fue aprendiz de Roberto González del Blanco y hasta acabó heredando sus herramientas. «Yo soy heredero de esa tradición compostelana. Él estudió Medicina y Artes. Era un hombre polifacético, asceta y amante del arte, que viajó a distintos continentes e introdujo aquí las técnicas que conoció por el mundo», apunta Tejedor, orgulloso de su estirpe artesana.

En su caso, acabó con una beca de formación en Barcelona, y posteriormente en París. Cuando regresó, empezó a trabajar en el oficio. «Llevo desde el año 87 en el taller en Ames, que al principio era también de cerámica porque mi madre la vendía por las ferias». Llegaron los primeros encargos, el inicio de una amplísima producción que se extiende por camposantos, instituciones públicas y religiosas, viviendas particulares... Con 36 años se matriculó en Bellas Artes en Pontevedra y «siendo ya más mayor en Historia del Arte, para especializarme». Apunta Tejedor que «cada vidriera tiene una historia muy bonita detrás», aunque «una que me dio mucho placer poder realizar es el arco, de 13,5 metros de largo y 3,5 de alto, que preside el hemiciclo del Parlamento. Lo hice a partir de un diseño de Isaac Díaz Pardo. Vino él mismo al taller con su secretaria y me preguntó si me atrevía con el reto. Eran 50 paneles y 1.200 piezas aproximadamente... Enorme. Me ofreció trabajar en un antiguo bajo de San Marcos, con un suelo inmaculado, para sacar el plano y lo hice en una semana. Improvisé un compás gigantesco con una cuerda y en un mes, dentro del plazo fijado, estaba terminado», recuerda satisfecho.

ÁLVARO BALLESTEROS

Recuerda que la primera vidriera por la que cobró fue un encargo para un amigo. «Era yo joven, sería el año 84 y aún era inexperto. Fue un trabajo casi de Los Picapiedra. Entre las primeritas también realicé uno para un amigo de mi padre. Me encantaron las vidrieras del Café Derby y me inspiré en su cenefa. Todavía no conocía la técnica del esmalte al fuego y lo hice con un esmalte en frío, que es mucho menos duradero. Ahora, sabiendo lo que sé, eso no lo hago», cuenta un hombre al que le da pudor llamarse artista, porque le parece una palabra «muy seria». Aclara que, antes del la gran vidriera para el Parlamento, ya había hecho otro encargo para Díaz Pardo que conserva en su taller; se trata de «una vidrierita enmarcada de un dibujo que hizo para una exposición del Camino de Santiago que se celebró en A Coruña. Me trajeron el boceto, de una tejedora, y estuvo expuesta dos meses. Sin embargo, cuando vino con su secretaria para la siguiente no la reconocía», relata el artesano de Ames, quien recuerda de Díaz Pardo que «me obligaba a tratarlo de tu y no consintió nunca que lo tratase de usted».

Otra de sus grandes satisfacciones es una vidriera realizada a partir de una maqueta original de Carlos Maside. «La gran mayoría fueron para particulares. En el cementero de Boisaca tendré media docena, no hice tantas como El  Bombero, pero allí está «una de las más especiales para mí. La hice a la viuda de Sarandeses, que era un médico compostelano». 

Tejedor repara en la responsabilidad de cumplir con encargos tan personalizados y, en ciertas ocasiones, con un valor sentimental importante para sus clientes, con los que se llega a establecer una relación íntima de confianza. ¿El motivo más atípico que ejecutó? «Posiblemente una lámpara con temas eróticos que hice para una novia que tenía», confiesa un hombre dedicado a hacer cuadros flotantes vivos, que cambian de color según la hora del día y la luz. El maestro artesano advierte que el buen vidrio soplado, el que se ve en las catedrales, «ya solo se fabrica en cuatro puntos del mundo y no hay nada más bonito. Se hace en Inglaterra, en Alemania, en Francia y Polonia».