La desidia arrasa el antiguo Aero Club

La Voz SANTIAGO / LA VOZ

AMES

Sandra Alonso

La vieja ciudad deportiva de Lavacolla sucumbe al paso del tiempo sin que Aena tenga planes de futuro

03 nov 2018 . Actualizado a las 14:27 h.

En las palabras de José Luis Tarrío hay mucha pena y un deje de amargura. Vive en Mourentán, su casa casi pegada a las viejas instalaciones del Aero Club, del que fue empleado durante 38 años. Ahora, arrasado por el abandono y la desidia de la Administración, lo que fue el primer centro social y deportivo privado de Santiago es una vasta extensión fantasmagórica, totalmente destrozada y comida por la vegetación, un lejano recuerdo de los pabellones recreativos, pistas deportivas, piscinas y el campo de golf de 18 hoyos. José Luis piensa, como sus vecinos, que lo ocurrido ha sido un despropósito, pero él, además, reconoce que tiene morriña de aquellos tiempos en los que 1.700 familias llenaban de vida la sede del Aero Club: «Que o dediquen a outra cousa ou, polo menos, que o teñan limpo, pero eles aféitanse para arriba».

«Eles», es ahora Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (Aena), la sociedad pública titular del aeropuerto y de los terrenos, cedidos por Defensa, que el Aero Club explotó durante más de 75 años. El Ministerio de Fomento, del que depende Aena, invirtió un total de 160 millones de euros en la nueva terminal, torre de control y otras instalaciones inauguradas hace siete años. Pero no previó qué hacer con los terrenos que tuvo que abandonar sin compensación el Aero Club para buscar nuevo emplazamiento para su ciudad deportiva, inaugurada en el 2014 en San Mamede de Piñeiro-Ameixenda (Ames). Tampoco con la vieja terminal aeroportuaria, que sigue deteriorándose, cerrada a cal y canto.

Aena utilizó menos de la mitad de las 52 hectáreas que ocupaba el Aero Club para la ampliación del aeropuerto, que afectó principalmente al campo de golf. Otra parte pequeña fue para el centro de distribución de Correos. No prosperó ninguna de las iniciativas para mantener el uso social y deportivo de las instalaciones -que podían haber sobrevidido, incluso manteniendo la práctica del golf con 9 hoyos- y el Concello también descartó hacerse cargo por el coste que suponía.

«É un niño de alimañas e de silveiras», afirma Ramón, otro vecino de Mourentán que, como José Luis, ve con impotencia como el abandono entierra las posibilidades de reutilizar lo que fue el Aero Club. Los únicos que le sacan partido, después del paso de los chatarreros, son los jóvenes que se cuelan para hacer botellón o grafitis. Pero es tal la ruina de toda la zona, que incluso para ellos resulta incómodo.

Todas las instalaciones están arrasadas, lo que fueron la casa club y sus salones sociales, las dos piscinas, siete canchas de tenis, dos de pádel, el campo de fútbol y otros servicios. La vegetación lo ha invadido todo, también los viales interiores, y la parte del campo de golf que sobrevivió a la construcción de los accesos de la nueva terminal ya es monte. Los edificios, con los tejados hundidos, están llenos de basura y encharcados por la lluvia que entra por todas partes. En los vestuarios y aseos, los sanitarios y el mobiliario han sido arrancados. Calzado deportivo, fundas de raquetas, bolsas de palos de golf y algún antiguo trofeo desperdigados entre las ruinas son los últimos vestigios del brillante pasado deportivo de la zona. Nada parece recuperable.

Al mismo ritmo que avanzó la desolación del lugar creció el recelo de los vecinos, forzados a convivir con un espacio que no les aporta nada bueno y que incluso ven como una amenaza.