Manuel José Pol: «La primera vez que oí un disparo fue en la Plaza, pero no sería la última»

Patricia Calveiro Iglesias
p. Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

AMES

PACO RODRÍGUEZ

Presenció el atentado terrorista cometido en el mercado por los Grapo hace 40 años

09 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Manuel es uno de los veteranos del segundo lugar más visitado de Santiago después de la Catedral, donde se le conoce por su apellido, Pol. «No me parieron en la Plaza de Abastos de casualidad, pero nací aquí al lado, en O Pexigo, y he pasado toda mi vida en ella», subraya. Cuando se levantó el recinto comercial, su abuela, Leonor Rey, se hizo con el puesto 39, que eligió «porque era el número de la casa en la que vivía», recuerda. Luego cogería el relevo del negocio familiar su padre, Manuel. Él dio nombre a la Carnicería Pol, que regenta desde el siglo pasado este picheleiro de pura cepa, ojos azules y discurso ameno. Sus primeros recuerdos allí se remontan a los bocadillos de tocino, con el pan de la señora Lola, que le daba su abuela sobre el mostrador al salir de las clases con las monjas de San Pelayo.

Aunque, lo que nunca podrá olvidar, «jamás, ni yo ni nadie que estuviese allí», reconoce, es el atentado terrorista cometido en el mercado. Un 28 de agosto de 1978, van a cumplirse ya 40 años, un comando de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (Grapo) asesinó a tiros al guardia civil Manuel Vázquez Cacharrón, que da hoy nombre a una calle de la ciudad. Pol tenía entonces 20 años y estaba aún su padre al frente de la carnicería.

«La cosa fue muy rápida y bastante silenciosa. Uno de los individuos pasó por delante del puesto con la pistola hacia arriba. Se dirigieron hacia el guardia, el señor Barral, que era una persona excelente y se bastaba él solo para que no hubiese problemas en la Plaza. El hombre le dijo: ‘¡No se acerque a mí, márchese, o lo mato!’», relata. «No sabíamos que hacer. Nadie fue capaz de reaccionar... Fue la primera vez que oí un disparo, pero no sería la última», espeta el carnicero cambiando su tono jovial por uno seco, como los machetazos sobre hueso.

Servicio en un juzgado militar

El compostelano cuenta que, poco después, le tocó hacer la mili en el País Vasco. «Marché en 1979 para Victoria y después estuve en San Sebastián. Tuve que vivir otros episodios como este, y demasiado cerca. Tirotearon el juzgado militar en el que estaba desde fuera... Aquello era la pera. Después de eso, quise entrar en la Guardia Civil, pero tuvo un accidente mi padre y me tocó renunciar al ingreso en la academia. No me lo perdonaré en la vida», asegura soltando una risotada con la que sacar drama al asunto. Explica que su madre tuvo mucho que ver con que él, el benjamín de la casa, desistiera para volver a la Plaza, una vez recuperada la tranquilidad en ella. «Mi hermana mayor nunca cogió un pedazo de carne, ni siquiera para comerlo que no le gusta mucho. A mí, si me ponen de comer carne, de segundo guiso de carne y tercero un chuletón, me vale», dice este carnívoro empedernido.

Echando la vista atrás repara en cómo ha cambiado la Plaza: «Se ha ido adaptado a los tiempos. El concepto de mercado como nosotros conocemos está desapareciendo e, indudablemente, va caminando hacia otras cosas. El ama de casa antiguamente no trabajaba fuera del hogar, las familias eran más numerosas y se cocinaba de otra forma. Hubo una serie de circunstancias y hábitos que fueron cambiando: abrieron muchos supermercados, ahora a cada 20 metros hay uno, y superficies comerciales», comenta.

Pero, para él, lo que más afectó fue la despoblación: «En la época dorada los estudiantes vivían en la zona monumental. Había unos 30.000 habitantes solo en el casco histórico y todos compraban en la Plaza, no hacían falta coches ni aparcamientos. Ahora esto está vacío y el mercado lo sufre. Mi clientela se ha hecho mayor, muchos se han quedado solos y se arreglan con una zanahoria, aunque siempre es un gustazo encontrártelos por la calle». El cariño es mutuo. Bajo su aspecto rudo, Pol se hace querer, hasta el punto en que algún cliente le traía cada vez que iba a Alemania un cuchillo Solingen. «Aquí no había, era como tener un avión privado», afirma el carnicero.

«La verdadera historia de las Marías no se conoce y es bastante triste»

La Compostela de la infancia de Pol es la que él evoca con más cariño, cuando se conocían todos por el nombre, jugueteaba detrás de las Marías y se colaba en la sala del cine Metropol para sentarse en el regazo del público. «Mi madre decía que siempre me encontraba en el de las chicas guapas», cuenta. Su padre trabajaba por las tardes en el bar del que llegó a ser el mayor cineclub de España. Siguiendo sus pasos, el placero tiene también otro empleo vespertino, desde hace 16 años, un negocio en Bertamiráns (Ames) de ropa y calzado en el que aprendió el oficio de zapatero.

«Siempre fui muy curioso», reconoce, y eso lo ha llevado a leer libros que aparcó de joven, más centrado en el deporte, «aunque ahora no lo parezca», bromea. Hizo halterofilia, lanzamiento de peso y disco, kárate, waterpolo y rugbi, «pero no era bueno en nada», apostilla. Para lo que sí le sirvió fue para ganar fuerza y el apodo de La Grúa con el que le bautizaron los empleados del matadero, porque era a quien recurrían para cargar becerros de 190 kilos.

También tuvo una etapa de radioaficionado, de cazador y de pescador. Pero, con lo que disfruta Pol es con el trato con la gente. Aún después de dos infartos y 35 años sin vacaciones le quedan chistes para alegrar el día a sus clientes. Cuenta los días para la jubilación, confiesa, pero es consciente de que echará la Plaza en la que creció de menos. «Pediría a los compostelanos que no solo vayan en Navidades para comprar género bueno, tienen que ir todo el año», dice. En la nave uno, él envuelve cada pieza con mil relatos impagables, como el de las Marías. «Su verdadera historia no se conoce y es bastante triste, daría para escribir un libro», dice el polifacético placero. Quién sabe si el día de mañana lo escribe.