Por tierras de A Baña, donde aún nadie hace sombra a sus templos

cristóbal ramírez

A BAÑA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Destaca la magnífica capilla de As Dores

07 ago 2021 . Actualizado a las 04:55 h.

Al principio de la Transición, el delegado de una empresa dedicada a hacer encuestas y con sede en Madrid se llegó a San Memede do Monte, en A Baña, porque la suerte así lo había decidido: los lugares de trabajo se elegían por un sistema aleatorio.

Esas encuestas, que se llevaban a cabo simultáneamente en España entera, se centraban en cuántos electrodomésticos había en la sociedad en ese momento. Aquel delegado literalmente ganó el día en cinco minutos: los que tardó en enterarse de que a San Mamede do Monte no había llegado la electricidad, y él cobraba por encuesta hubiese o no cables, lavadoras o bombillas. O nada de eso.

No es mala idea recordar la anécdota cuando por la ancha y excelente carretera se pasa ante la magnífica iglesia de San Mamede -no hay que dudar en parar unos momentos si se dispone de tiempo- y ve esas casas rehabilitadas, cómodas y, desde luego, a buen seguro que con todo tipo de electrodomésticos.

El cambio es descomunal. Sin duda alguna, gracias a la democracia y a la Constitución, pero esa es otra historia. Así que, con ello en la mente, el visitante alcanza la capital del concello, otrora un núcleo minúsculo que, eso sí, contaba con farmacia cuyo titular en el final de los tiempos oscuros era el alcalde, a años luz su trato y modales de aquel franquista hasta las trancas que pastoreaba Negreira y que no tenía inconveniente en calumniar a los demócratas.

Hoy ir a A Baña es un paseo, y tomar una cerveza en alguna de sus pocas terrazas, un placer. Allí sigue la capilla de As Dores (con el nombre masculinizado, a la española, en su fachada), pared con pared con la Casa da Cultura. En la fachada de esta última una asociación cultural de larga historia colocó hace menos de un año una placa en recuerdo de los vecinos represaliados después del golpe militar de 1936. Que no fueron pocos.

Desde ahí, al frente e inmediatamente a la izquierda, por una pista muy estrecha rumbo a Vesía, pequeño núcleo de casas -la primera, de 1924- al que se llega en corta pero fuerte subida.

En el medio de esas casas brota agua en una fuente pública y pasa igual -con humilde lavadero por vecino- cuando esa pista remata en otra más ancha.

A la derecha sin parar de ascender hasta alcanzar la sencillísima ermita de San Salvador. Por cierto que cien metros más adelante, donde es posible dar la vuelta al coche, arranca a la izquierda una pista de tierra idónea para estirar las piernas. Es más, si las ganas de caminar son muchas, tras un breve ascenso por esa vía terrera cójase la tercera a la mano contraria (y hágase ahí una marca, la que sea, pero respetuosa con el entorno), en el descenso la primera a la izquierda y en Canlís de nuevo a la misma mano para llegar a donde antes se había hecho una marca.

Y un apunte final: quien esté interesado en conocer todo lo anterior, que se dé prisa. Un moderno depredador en forma de parque eólico amenaza con invadir esos espacios.