El baile fue para Miranda «una tabla de salvación» en su juventud y ahora la comparte con muchas otras en Bertamiráns

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CEDIDA

La brionesa es profesora de danza del vientre en el centro Fluiria, abierto hace un año y medio en Ames

28 nov 2024 . Actualizado a las 11:24 h.

Podría haberse agarrado a su tabla, como Rose en Titanic, salvarse y continuar su vida. Pero Miranda Luengo Redondo construyó, a partir de ese pedazo de madera simbólico, una balsa que comparte hoy con muchas otras. Esta brionesa de 34 años afincada en Ames cuenta que de pequeña se enfrentó a una depresión profunda: «No quiero comentar los motivos que me llevaron a caer en ese hoyo. El simple hecho de compartirlo ya me parece un acto de valentía que sirve para crear comunidad con aquellas personas que lo pasan mal. Yo recibí ayuda profesional. Tuve una familia que siempre apoyó mis intereses y creyó en mí. Por aquel entonces, con 16 años, descubrí en una actividad municipal organizada por el Ayuntamiento la danza del vientre. Me apunté porque necesitaba moverme, por una cuestión de salud física. Y acabó siendo mucho más. Para mí fue una vía de escape, una tabla de salvación y la forma de recuperar la autoestima».

Hoy, como bailarina, coreógrafa y profesora de una veintena de alumnas en Fluiria (centro abierto hace un año y medio en Bertamiráns), es parte del mismo proceso transformador. A unas, las ayuda a conectar con su lado más sensual, a ganar confianza en sí mismas y a reconciliarse con su cuerpo. Otras encuentran un espacio seguro en el que desconectar del estrés. «No sabía relajarme ni conocía bien mi cuerpo y, desde que vengo, todo cambió», dice una de sus pupilas. «Yo me olvido de mis preocupaciones, que son muchas, y me siento libre [...]. Somos un grupo muy unido y eso a mí me ayuda a salir de casa. Es libertad», reflexiona otra. «Acuden a mis clases personas que están buscando algo, la mayoría no sabe todavía qué. Están probando cosas distintas porque necesitan un cambio y aquí encuentran ese espacio de comunión con otras mujeres que comparten vivencias similares», indica la maestra.

Además de danza oriental clásica, enseña tribal fusión, fat chance bely dance y da clases de pilates, entre otras disciplinas. «Mi método ayuda a transformar la vida de las personas. Mi implicación es del 100 % y empatizo con cada alumna que viene a clase. Es decir, no hay un trato frío. Tenemos conversaciones reales y veo fundamental crear ese vínculo, entender sus necesidades, y que ellas confíen y entiendan a la persona que las va a guiar durante una hora y cuarto», subraya Miranda, quien considera que la danza del vientre se sostiene sobre tres pilares.

Por una parte, dice, es una celebración y trasciende a la mirada sexualizada que se le ha dado. E implica dos cambios, uno externo y uno interno: «Ayuda a verte con otros ojos, desde el aprendizaje del movimiento. Dejas de ir encorvada y desarreglada para moverte con gracia, elegancia y poder. Tú misma cambias el significado de lo que eres y te conviertes en tu propia referencia», destaca una brionesa que recuerda, con especial cariño, el caso de una mujer que, tras una mastectomía, quería conectar de nuevo con su cuerpo y «estuvo un curso completo evolucionando y abriéndose, como un capullo. Normalmente hacemos clases privadas, acogedoras y muy íntimas. A final de curso, cada uno elige si quiere participar en una exhibición o no. Ella se lanzó y, cuando íbamos a escoger la ropa, surgió el debate de si usar una prótesis porque la vestimenta en la danza del vientre es un poquito más reveladora. Tuvimos una conversación muy bonita sobre la autoestima y qué necesitaba para sentirse más cómoda y que fuera una experiencia transformadora. Ella decidió aceptar su cuerpo tal y como es ahora, sin un pecho, e ir sin prótesis. Eso supuso un vuelco increíble en su autoestima. Además, la aplaudieron un montón y recibió un apoyo bestial. Al final, a veces todos damos mucha importancia a pequeños detalles que son relevantes para nosotros y que, sin embargo, para otros no lo son tanto». 

Miranda lleva ya 10 años dando clases de danza. Antes de Fluiria, las impartía en centros sociales, incluso en zonas del rural y de costa, subraya: «Recuerdo un grupo muy, muy, majo en Boiro. Allí hay un sitio pequeñito, en Exipto, y dar allí danza oriental me parecía especial». El perfil de su alumnado, dice, es el de una mujer a partir de 40 años (prácticamente la mitad de ellas son de A Maía y, entre el resto, hay quien va desde Boiro, A Coruña...). Sin embargo, sostiene la maestra que el baile no tiene edad, es para todo el mundo, y el tribal fusión ha conseguido conectar con otro público: «Es una danza un poquito más moderna que surge en EE.UU. en los años 70 e involucra música más moderna y electrónica, admite que puedas ponerle ahí tu toque. Es un poco más underground y llega a personas más jóvenes que buscan ir más allá de la norma y encontrar un espacio más poderoso».

«No es verdad que esta sea una danza para mujeres. En realidad, es un compendio y mix de danzas tradicionales, en las cuales, también había hombres, como es lógico. Investigando un poco en sus orígenes, se le quita esa aura exótica que viene de los últimos siglos, en los que fue reducida a un estereotipo sensual. A finales del XIX y principios del XX llegó esta expresión oriental a una sociedad occidental todavía puritana, que lo vio desde un punto de vista colonizador. En Oriente es normal que las personas muestren el vientre, por el propio clima, y este atuendo impactó en una época en la que enseñar un tobillo era algo casi erótico. En realidad, la danza del vientre es un símbolo de celebración, ya sea una celebración compartida o individual, de forma comunitaria o introspectiva», matiza Miranda. Por otra parte, considera que el mero hecho de adornar el cuerpo, ponerse una falda con monedas o arreglarse el pelo, ya implica «venerar el propio cuerpo y nos estamos diciendo que mi cuerpo y presencia importan. Puede parecer un detalle nimio, pero supone un calado muy profundo en la autoestima».