Haciendo ciudad

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

11 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay personas que, residan o no en Santiago, crean ciudad. Y para insistir, hacen de Santiago una ciudad amable, cosa que no fue siempre. Son hombres y mujeres en cuyo trabajo esbozan una sonrisa que confirma a su interlocutor que se encuentra en territorio amigo.

Por suerte abundan los ejemplos. Uno de los responsables del aparcamiento de La Salle, grande y amable, es uno de ellos, y cuando la vía T no funciona bien —cosa algo habitual— da cordiales explicaciones y pide disculpas. O la chica muy joven y menuda que recibe en una popular churrería de Calderería. O casi frente a ella, la pareja ante cuyo establecimiento hay cola para comprar un bocadillo del buen jamón que exhiben en el escaparate, al igual que una asalariada que tienen, todos jóvenes: jamás pierden la amabilidad. O aquella telefonista de una central de taxis que, mientras esperaba a que le entrara otra llamada, explicaba toda animosa la historia del monasterio de Conxo, donde quien escribe esperaba el coche. O la ex profesora Raquel Casal, siempre afable.

Seguro que existen docenas de casos más. Pero no los suficientes. Cuando en la SAS (aerolíneas escandinavas) dieron un cursillo de cómo sonreír al pasajero sabían lo que hacían. Y como por algún sitio hay que empezar, ese tan querido uso de los imperativos en español y en gallego procede empezar a olvidarlo. No será cosa de pocos años, pero alguna vez se cambiará el «tráigame otra cerveza» por el «¿podría traerme otra cerveza, por favor». Nos habremos vuelto un poco british, sí, pero es no es cosa mala (en algunos aspectos). Porque los imperativos, en el mundo compostelano tan cercano a cada uno, acaban siendo despectivos. Y eso sí que es mala cosa.