El zapatero de Sar: «Por raro que soe, agora teño para reparar tantas botas coma sandalias»

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Manolo Míguez, vecino de Sar, tiene su segundo hogar en la única zapatería del barrio, un humilde bajo de una casa de unos 8 metros de largo por 4 de ancho en el que repara cada semana cientos de pares, de niños y ancianos, sin perder la sonrisa. Él no arregla paraguas ni hace llaves. «Non teño tempo para iso», dice.
Manolo Míguez, vecino de Sar, tiene su segundo hogar en la única zapatería del barrio, un humilde bajo de una casa de unos 8 metros de largo por 4 de ancho en el que repara cada semana cientos de pares, de niños y ancianos, sin perder la sonrisa. Él no arregla paraguas ni hace llaves. «Non teño tempo para iso», dice. PACO RODRÍGUEZ

Manolo Míguez aprendió de su padre un oficio que «tenche que gustar moito para saber levalo e vivir disto», constata este santiagués que mantiene abierto el único negocio de reparación de calzado del barrio

11 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Su padre, Joaquín Míguez, era conocido como o zapateiro de Sar. Él se fue hasta París, para conocer de primera mano los últimos avances y moda en el calzado, antes de abrir su taller en 1966. Casi 60 años más tarde, sigue en pie el negocio familiar en la misma calle y con el mismo nombre. A unos palmos de la placa que anuncia la Calzada de Sar a los viandantes está el cartel de Zapatería Reparaciones Joaquín. Su fundador ejerció hasta los 74 años un oficio del que estaba enamorado y tuvo el mejor de los relevos. Su hijo, Manolo, quien trabajó con él desde niño, se puso al frente con el apoyo de su mujer, Victoria Vázquez, encargada de atender al público en el mostrador. «Eu xogaba na zapatería cando os outros rapaces o facían na rúa. Aquí o meu pai foime ensinando pouco a pouco», cuenta un zapatero de espesa barba blanca conocido por ponerle humor hasta a los momentos más crudos.

«Antes a xente tiña moi pouco calzado. O normal era ter un par para o trote e os zapatos do domingo. Iso obrigábache a traballar con máis presión porque se non os reparabas antes do venres non tiñan que poñer nos pés na fin de semana. Hoxe todos temos moitísimo calzado e xa traballas con máis marxe, entre 7 e 15 días», observa. Ahora que empezó la época de lluvias, el chollo se le amontona porque muchos suelen acordarse de Santa Bárbara cuando truena, como se suele decir. «Cando comeza a chover sempre entra máis calzado de inverno. Sen embargo, os clientes que teño aquí son de moi vello e saben que por estas datas sempre tardo máis, así que xa me traen os zapatos no final do inverno e do verán para que llos arranxe, antes de gardalos. Por exemplo agora, por raro que soe, teño para reparar tantas sandalias coma botas», indica un zapatero que de media arregla entre 40 y 50 pares al día. «Cando hai cousas máis latosas fago menos, porque iso atrásache», aclara Manolo, quien echa unas 12 o 14 horas cada jornada, trabajando en muchas ocasiones a puerta cerrada para dar salida a toda la demanda.

Confiesa este compostelano de 57 años que, de no ser zapatero, habría sido militar: «Fun voluntario para o cuartel e fun cabo primeiro aquí en Santiago. Xa estaba pensando en quedarme ou pasarme para a Garda Civil, pero decidín continuar no negocio familiar». Su padre no tuvo que convencerlo, asegura, ya que a él también le gustaba este oficio. Distinto es con su única hija (Noelia), auxiliar de enfermería en el CHUS a la que hace poco llevó del brazo hasta el altar, quien no seguirá sus pasos en el negocio familiar. Él lo entiende: «Este traballo tenche que gustar moito. Se non che gusta non é fácil saber levalo. Tes que ser moi habilidoso e dedicarlle moitas horas», dice un zapatero que anda siempre con el mismo par de botines. «Non sei cantos anos poderán ter porque, como sempre os reparo eu, perdinlle a conta... O mesmo me pasa coa roupa. Teño 40 chaquetas e sempre poño a mesma», comenta divertido Manolo, al tiempo que explica que se acostumbró a ir con botines tras sufrir una torcedura de tobillo —para tenerlo más reforzado al caminar— y ya no lleva otra cosa. 

Recuerda que, cuando su padre estaba aún al pie del cañón, había otros zapateros en Sar. Ahora solo queda él, quien sigue conociendo a mucha gente por el nombre popular de la casa, extensible a toda la familia, pero «aparte dos veciños de sempre tamén vén moita xente nova porque fíxose por aquí moito edificio de nova construción». 

La calidad del calzado, constata un hombre que lleva medio siglo con él entre manos, ha empeorado. Con todo, «hai clientes que prefiren que lle repares os zapatos e non cambialos, aínda que lle saia máis caro, porque teñen problemas nos pés e non atopan facilmente un modelo que lle sente ben». Actualmente también le llevan muchas zapatillas deportivas, incluso algunos padres se las llevan recién compradas para que les ponga una puntera de goma de refuerzo con la que alargar la vida útil de esa inversión, sobre todo cuando son de marca. Manolo no olvida tampoco el par más grande que le entró, «unha talle 52 que parecía un 54 ou 56 polo tamaño».

¿Y se ha planteado qué hará cuando le toque jubilarse? «Pois supoño que aproveitar o tempo libre, ir a pasear e seguir traballando na aldea... iso é algo que me gusta», responde un zapatero que siempre coge las vacaciones el mes de agosto y dedica una semana a la puesta a punto de las máquinas de establecimiento y a volcarse en esos casos especiales que requieren una mayor dedicación y va apartando hasta este momento.