Clara Gallego: «He contado 12 niños comiendo en la Cocina Económica, eso no puede ser»

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

SANDRA ALONSO

La religiosa estrena dirección en el histórico comedor social compostelano convencida de que los usuarios «irán a más»

29 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Clara Gallego, sor Clara, nació en Huelva en 1947, pero con tres años se fue a vivir a Astorga, donde tiene sus raíces. Acaba de regresar a la Cocina Económica de Santiago después de un periplo vital que le ha llevado por los fogones solidarios de A Coruña, León y, en los últimos años, en Santander, donde todavía se secan las lágrimas por su marcha.

—¿Cuál ha sido su impresión de estos primeros días en Santiago?

—Me ha sorprendido la cantidad de gente que viene, estamos dando de comer cada día a 210, 220, 225 personas. Son muchas para una ciudad como esta.

—He leído que venía aquí en busca de algo más de tranquilidad.

—En Santander atendíamos a menos gente en el comedor, pero tenía que coordinar ocho programas sociales distintos, así que en ese sentido Santiago sí es más tranquilo.

—Usted ya pasó unos meses aquí en el 2018, ¿qué ha cambiado desde entonces?

—El perfil de necesidad es el mismo, cambian las personas, aunque aquí hay algún usuario muy veterano.

—Haga una rápida radiografía.

—Ahora hay más extranjeros, debemos rondar el 65 %; y se ha equilibrado bastante la presencia de mujeres, algunos días llegan al 40 %.

—¿Vienen niños?

—Sí, es algo que nunca he visto en otras cocinas económicas y ya me lo advirtieron antes de venir, por lo que ya llegué con esa suspicacia. Lo he comprobado yo misma, he contado hasta doce menores de diez años comiendo aquí todos los días, hasta que han comenzado a funcionar los comedores escolares. Ahora vienen los fines de semana. Eso no puede ser.

—¿Por qué?

—Es un tema que tenemos que abordar con urgencia con los servicios sociales para encontrarles una alternativa. Además de trabajadora social soy psicóloga y he estado muy enfocada en los menores, por eso sé que a esas edades quedan huellas. Hay que darle otras opciones a esas madres para que no tengan que acudir aquí con sus hijos.

—¿Madres?

—Sí, en la mayoría de los casos son madres de origen latinoamericano. Por lo que me han explicado, fue una circunstancia que se asentó durante la pandemia, cuando hubo que atender situaciones muy complicadas, pero ahora hay que reconducirlo.

—¿Hay trabajadores pobres?

—No, no, como mucho hablamos de personas que hacen algunas horas, pero la gran mayoría están pendientes de arreglar papeles, no tienen trabajo.

—¿Reciben ayudas sociales?

—A ver, algunos no tienen nada de nada, o no lo podemos acreditar. Es el caso de los recién llegados. Otros sí reciben a lo mejor una ayuda pública, pero es que hoy en día 300 o 400 euros ya se van en pagar una habitación, a esa gente también hay que ayudarla. Ahora bien, no creo que aquí tengamos que atender a alguien que cobra a fin de mes un salario mínimo, por poco que sea.

—Habló antes de «veteranos», ¿hay usuarios acomodados?

—Nuestro objetivo con todos los usuarios es que dejen de venir, ayudar a conseguir un trabajo o que reciban una prestación con la que puedan hacer su vida. Este es un comedor de primera necesidad, no es compatible con salir de aquí e irse a tomar algo a una terraza o ir a la moda.

—¿Hay mucho fraude?

—Con el personal que tenemos es imposible hacer un seguimiento de todo el mundo. Aquí vienen cada día tres o cuatro personas nuevas y hay rotación, es posible que haya algún caso. Pero, honestamente, no podemos pararnos mucho con esas cosas, porque la gran mayoría tienen una necesidad auténtica, y eso es lo que nos preocupa.

«Vives con la angustia de si llegarán o no los donativos»

Sor Clara está encantada con el equipo de profesionales y voluntarios que se ha encontrado en Santiago en esta nueva etapa, pero le gustaría ampliar la plantilla y hacer muchas más cosas que dar de comer. Pero ahí empiezan los problemas.

—Hablemos de dinero.

—En Santiago, igual que hay un perfil de usuarios, también hay un perfil de donantes, y me preocupa, porque se hacen mayores, no hay relevo en ese sentido. Por lo que hemos hablado estos días, me consta que se están resintiendo los ingresos. Es comprensible, los jóvenes tienen sus propias dificultades para donar, y también entiendo que unos abuelos ayuden antes a su nieto que a personas de fuera de la familia.

—¿Llegan las ayudas institucionales?

—Las instituciones como el Concello o la Xunta aportan unas cantidades anuales muy necesarias y por las que estamos agradecidos, pero además de los alimentos hay que pagar personal profesional, gastos corrientes, el mantenimiento... el grueso depende de la generosidad de la gente, por eso vives con la angustia de si este año llegarán o no los donativos.

—¿Las empresas responden?

—Sí responden. Las hay que aportan dinero por el que pueden desgravar, y es habitual que recibamos lotes de productos que están a punto de llegar a su fecha de caducidad y que los supermercados tienen que retirar.

—¿Faltan alimentos?

—No, comida no falta, y si falta algo lo vamos a comprar.

—Imaginemos que aparecen fondos abundantes y estables, ¿qué haría con ellos?

—Nuestra esencia es dar de comer, que es la primera necesidad, pero si tuviésemos más recursos los emplearía en ampliar el equipo educativo y de formación, hacer algo más por la gente, trabajar con las personas y hacerles un seguimiento individual, para que no se acomoden y tengan un futuro. Ahora, con la gente que tenemos, es imposible, estamos desbordados.

—¿Se sienten apreciados?

—Todo el mundo nos conoce y nos valora, y yo creo que Santiago es una ciudad sensible, pero a veces tenemos que decir «aquí estamos» para que se acuerden de la Cocina Económica.

—¿Hasta cuándo tendrá sentido la Cocina Económica?

—Con las subidas de precios, el problema de la vivienda y la inmigración que viene no tiene pinta de que esto se vaya a acabar. Al contrario, va a ir a más.