Javier Chorén: «Llevamos toda la vida juntos y entre zapatos, ella hizo 44 años en Rivadulla»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

SANDRA ALONSO

El compostelano está al frente junto a su mujer, María José Martínez, de la zapatería abierta en 1971 en la céntrica calle Montero Ríos, en Santiago. «Tenemos muchos clientes fieles. Uno, que se fue a vivir a una residencia en Bande, vuelve aquí en taxi a comprar», señalan

30 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Fueron muchos los que esta semana aún les compraron zapato de verano. «En nuestro caso no influyen tanto las rebajas como el tiempo, que hace que aquí el cambio de armario pueda ser en julio», comenta siempre sonriendo María José Martínez, la cruceña que regenta junto a su marido, el santiagués Javier Chorén, Calzados Rivadulla, la zapatería abierta en 1971 en la compostelana calle Montero Ríos. «Somos del baby boom de 1962. Llevamos toda la vida juntos, y entre zapatos. Ella cumplió 44 años en la tienda», realza él, evocando al alimón su trayectoria.

«Yo, al acabar mis estudios en Peleteiro, ya ejercí de agente comercial de zapatos, el oficio de mi padre. En 1982, viajando mucho, ya vendía calzado a tiendas de toda Galicia, entre ellas, a Calzados Rivadulla, donde trabajaba mi mujer, aunque no fue aquí donde nos conocimos... Había sido en un baile en San Lázaro», reconoce él, tomando María José la palabra. «Esta zapatería fue mi primer y único trabajo. Empecé aquí en 1979, con 17 años. Antes las profesiones se aprendían y el que era mi jefe, y fundador de la tienda, Severino Rivadulla, me enseñó. En el 2005, al jubilarse él, nos la traspasó, y Javier ocupó la parte comercial mientras yo seguía con la clientela. Otra de las dos compañeras que están con nosotros entró hace 45 años. Esa continuidad, y atención al cliente, y el producto nos definen», reflexiona.

Sandra Alonso

«Mantuvimos el nombre original por su prestigio y porque compartíamos la filosofía con la que se abrió, la de optar por un calzado de calidad, nacional, a un precio razonable, que quede cómodo», añade María José, admitiendo, aún así, los cambios vividos en décadas. «Cuando yo entré, al lado aún no estaba Zara; se aparcaba delante; los sábados por la tarde no se abría; el Ensanche no había crecido...», enumera desde su céntrica tienda. «Valoramos que, estando en una zona de paso, cerca del casco histórico, la gente aquí se detenga. De diez que entran, ocho suelen comprar. Tenemos clientes fieles que regresan en cada temporada; pedimos producto pensando en ellos», anota Javier.

«Un hombre, que se fue a vivir a una residencia en Bande, en Ourense, vuelve aquí en taxi a comprar, al igual que hacía otra clienta de Alfoz, aunque ahora ya nos lo pide», explican agradecidos. «Hay familias a las que le vendemos a tres generaciones. Ex universitarios, cuando vuelven, se alegran al ver que seguimos aquí y nos recomiendan a sus hijos. Nuestro cliente suele ser mayor de 30 años, pero no olvidamos el bum de las zapatillas Victoria, cuando no cesaban de entrar niñas», rescatan. «Supimos conservar la esencia de la zapatería clásica, pero adaptándonos a los tiempos. Hace 30 años, aquí no habría deportivos como los Skechers», señalan, apuntando también a un cartel que hasta hace poco se leía fuera. «En él se aclara que no vendemos online porque nos gustan cómo están nuestras calles, iluminadas con el comercio tradicional», enfatizan, lamentando el adiós reciente de tiendas. «Cuando hacemos cambio de escaparate, muchos preguntan: "¿Pero no cerraréis, no?"», subrayan con ilusión.

En la tienda, también visible, luce una camiseta del Obradoiro, firmada para Javier. «Yo ya iba a ver al equipo al viejo Sar y, en la última etapa, enganché a mi mujer. Nunca faltamos y viajamos a otros campos. Con Moncho Fernández comparto barrio natal, Pontepedriña. También amistad, al igual que con su staff técnico», admite él. «En el pabellón no quiere cambiar de sitio porque los árbitros saben dónde está y le dan explicaciones de jugadas», ríe María José. «Vecinos me reconocen por esta pasión y hasta me paran para hablar de por qué descendió. Una vez, en la calle, unas chicas pedían a un músico que les cantase. Le animé y, tras preguntar una de ellas que quién era yo, otra dijo: "El del Obra"», desliza él divertido, avanzando que la próxima temporada irán a 8 desplazamientos.

«Nuestros dos hijos heredaron esta afición y, uno, Javier, lidera en Gran Canaria el proyecto Suma, de baloncesto inclusivo, para personas con discapacidad. Es como la película Campeones, pero a lo grande. Empezó con nueve familias y ya son más de mil», destacan con un orgullo que también trasladan a la zapatería.

«Esta ya es una de las más antiguas. Van 53 años... Como dice el lema del Obra: "Eu non me rendo"», acentúan.