
La merecida jubilación de Rosa, que con su buena mano en la cocina sostuvo el negocio fundado por sus abuelos, marca el cese de actividad de esta querida familia hostelera de Santiago
20 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Casa Pajueleira formará siempre parte de la memoria del barrio de Conxo, donde nació y donde se despide, después de haber visto pasar a cuatro generaciones detrás de su barra. El viernes de la próxima semana, día 28, esta querida familia hostelera deja la que fue su segunda casa en Santiago. Lo hace por un buen motivo, una jubilación más que merecida, la de Rosa Cordido, quien con su buena mano en la cocina sostuvo el negocio fundado por sus abuelos en estos últimos años, con el apoyo fundamental de sus hijos en la atención de cara al público.
Esta mujer discreta a la que gusta «pasar desapercibida», y ni siquiera ha querido hacer una celebración para cerrar esta etapa, recuerda que fueron sus abuelos los que abrieron La Pajueleira. Su madre (Pepa) cogió el relevo al frente de aquel bar, ubicado en el primer piso de la vivienda familiar, y ella empezó a ayudarla cuando tenía solo 14 años. «Después se tiró la casa cuando se hizo la carretera y alquilamos el local de al lado», indica Rosa, a sus 66. Veintidós años llevan en este local de la rúa de Sánchez Freire, pero su historia se remonta al siglo pasado: «No sé en qué año se fundó, pero puede ser que haga ya más de 100». Fue una de las primeras tabernas del barrio y han sabido mantener hasta ahora el ambiente hogareño y acogedor de antaño, con el buen comer por filosofía —tal y como reza una de sus paredes: «No hay mayor satisfacción. Abundante comida y buena digestión»—.
El jamón asado de Rosa se ha convertido en uno de sus platos estrella, junto con la cabra (una especialidad de la casa que preparaban, siguiendo la tradición, en septiembre por las fiestas del barrio). Confiesa, no obstante, que «nunca me gustó la cocina y le cogí el gusto con el tiempo». Aprendió observando a su madre y, después de 22 años «metida en un cuartucho entre pucheros, ya lo tengo aburrido», comenta entre risas, al tiempo que reconoce que la hostelería es un trabajo que exige mucho sacrificio. «Yo paso aquí 16 horas casi todos los días, menos los domingos, que descansamos», señala, un compromiso que ahora tendrían que sustituir contratando a dos cocineras con tanta experiencia y mimo como el suyo. Este fue uno de los motivos que llevó a sus hijos a no seguir en el negocio familiar, unido al desgaste. Manuel, Adrián y su mujer regentaban en estos últimos años el establecimiento junto a Rosa (Leticia también trabajó allí hasta que entró a formar parte de la familia del Club CAMM).
Explican que tienen a varias personas interesadas en el traspaso, pero nada firmado por el momento. En todo caso, se van con la satisfacción de haberse ganado el cariño de sus clientes y vecinos, incluso de haber repartido el gordo de la Lotería Nacional. «Nos llevamos muchos recuerdos bonitos», dicen, entre los que está muy presente su esposo y padre, Manuel Puente (O Princés), un hombre vivaz y de carácter alegre que dejó un vacío insustituible en el 2019 a causa de un accidente. «Los fines de año en familia aquí lo pasábamos muy bien. Después de morir mi marido las cosas fueron cambiando», rememora su viuda.
Echando la vista atrás, Rosa destaca el apoyo que siempre tuvieron: «La inauguración, la verdad, fue un caos de tanta gente que que vino. Las cosas nos fueron bien desde un principio y siempre tuvimos gente. Luego vino la crisis y hubo un bajón bastante grande, pero seguimos para adelante, igual que cuando llegó la pandemia». Ella puede decir con orgullo que su menú del día siempre tiene salida, los cuatro primeros y los cuatro segundos, y rara vez sobra algo para poder llevarse a casa para cenar por la noche y no tener que hacer más horas extras una vez bajada la reja.
¿Y qué hará Rosa una vez jubilada? «Siempre tuve el sueño, desde niña, de ir a África a ayudar a los pobres... Ahora va a ser imposible, porque estoy fatal de los huesos», responde la cocinera, aunque no le faltan planes. «Me gustan mucho las manualidades, coser, las plantas...», enumera. Lo que no es probable es que la vean de bares. «¡Xa tiven bar de abondo!», sentencia.