Joaquín Ruiz: «Abrí la discoteca Ruta en 1970 y me casé allí, en un día tan a tope que hasta me puse a servir»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Sandra Alonso

Fue torero en su Albacete natal. Al llegar a Santiago abrió un bar en A Raíña, que se llenó. Al año ya montó Yohakin, la discoteca que con los años renombraría como Kilate y Ruta. «Ya en la dictadura cerraba todos los días las sesiones de noche con el himno gallego», rememora

30 abr 2023 . Actualizado a las 07:28 h.

Sale poco desde la pandemia, pero el aniversario de la discoteca Ruta, que él abrió el 29 de abril de 1970, y el ansia de reivindicar lo que el local llegó a ser, le convencen a dejarse ver, máxime en un momento en que los titulares se centran en la polémica por su cierre y reapertura o recogen el dilatado conflicto entre su familia y el actual gerente. «Para mí eso ha sido muy doloroso, pero me quedo con todo lo que viví allí. Disfruté mucho de mi trabajo y creo que logré situar la movida local a la vanguardia», recuerda con orgullo Joaquín Ruiz Brihuega, el albaceteño que llegó a Santiago en 1969 y ya no se fue.

«En mi ciudad natal mi familia tenía un taller de carpintería. Ese fue mi primer oficio antes de empezar a torear. Llegué a plazas importantes y fui compañero del conocido torero Dámaso González. Tuve una cogida fuerte y luego me desencanté y lo dejé. Tras venir aquí de visita, me enamoré del ambiente estudiantil y quise montar algo. Al poco abrí el bar Horóscopo en A Raíña», evoca sobre un negocio situado donde el actual bar Charra. «El local, con gramola, pronto se llenó. Los jóvenes llegaban hasta allí en su 600 y tomaban las tazas de vino o la tortilla en su coche. Fue donde conocí a mi mujer, una clienta. Un amigo que me ayudaba a servir allí me llamaba Yohakin», encadena, explicando que fue con ese nombre, y visto el eco, con el que se decidió a abrir ya al año siguiente una discoteca en la rúa Pérez Constanti.

Sandra Alonso

«La gente me decía que no me la iban a dejar montar. En el ayuntamiento, al no tener claro lo de discoteca, la clasificaron como whisky club», afirma. «Los estudiantes la acogieron muy bien. Alucinaban con el sistema de luz y sonido de Yohakin, con su ambiente de psicodelia. El mobiliario y la carpintería los hice con mi hermano. En el ropero trabajaba mi suegra», subraya con cariño. «Era un ambiente familiar. La juventud se subía y bailaba sobre podios. Hasta venían empresarios de otras ciudades para ver el local», destaca, mostrando la foto de un cura inaugurándolo. «Era la tradición. Fue el mismo que a los dos meses de abrirlo me casó. El banquete lo celebré en la discoteca al no disponer de mucho dinero. Ese día no la cerré. Había tanta gente esperando en la puerta, estaba tan a tope, que hasta me puse a servir», resalta, enlazando, con gran memoria, anécdotas.

«Ahí tocaron artistas como Camilo Sesto. Se escuchaban discos prohibidos por la dictadura, como Je t'aime, que los jóvenes se llevaban a sus casas para grabar. También canciones protesta e, incluso, el himno gallego, con el que cerraba cada noche porque me lo pedían. Los clientes, entre ellos algunos políticos, lo bailaban en corro en la pista», apunta. «Era una maravilla ver a los estudiantes pasarlo tan bien. Siempre fui cercano, me encantaba el trato con ellos. Antes, además, se iba de forma distinta a la discoteca. Era casi un lugar diario de reunión, de evasión. Yo abría hasta los lunes de noche, y había gente. Los sábados la cola llegaba a la Plaza de Galicia. Los universitarios no volvían a casa el fin de semana», aclara.

«Empezaron a aparecer más discotecas y fue necesario renovarse. En 1984 la rebautizamos como Kilate. Siempre perseguimos que el local, como el oro, fuera de calidad. De Madrid traje lo último en sonido. Introdujimos luces de neón. El local se afianzó como el preferido de muchos jóvenes, también en las sesiones de tarde. Llegamos a dar carnés dorados vip a los habituales. El pinchadiscos, ante tanta gente, ni podía cruzar la pista para ir al baño. Los clientes querían tener un recuerdo del local y llegué a ver a algunos subir con plantas escondidas en el abrigo», señala riendo. «Esa fue la mejor época. En 1992, cuando la renombramos como Ruta 66, por la revista de música, aguantamos muy bien. Luego remitieron los estudiantes, aunque yo nunca dejé de hacer reformas, de innovar», reflexiona. «Creo que ayudé a convertir el local en emblemático», defiende.

«Trabajé varias décadas en la noche, que para mí fue mágica, no me quemé. Casi no bebía y nunca dejé el deporte, como el frontón. Eso me mantuvo. En la época de Kilate patrociné el fútbol sala local», subraya en buena forma y no sin coquetería. «Si me preguntan qué años tengo digo que todos», bromea. «En Santiago me aprecian porque siempre estuve pendiente del cliente. Intenté ser un tipo majo», termina emocionado.