Teresa Otero: «Desde hace 45 años enseño matemáticas a adolescentes, también papiroflexia, y soy feliz»

SANTIAGO

Paco Rodríguez

Admite sentirse querida en el IES Antonio Fraguas de Santiago, donde lleva dando clase desde 1988 y en el que este verano se jubila. «Yo aprendí a contar de niña, en mi casa. Nací en un molino», desvela la profesora compostelana

16 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Animada, aunque sabiendo que lo va a echar de menos. Así se siente Teresa Otero al arrancar el que será su último trimestre como profesora. «Me encanta la docencia, por eso seguí hasta ahora», asegura esta compostelana de 67 años que, desde hace 35, imparte matemáticas en el IES Antonio Fraguas de Fontiñas. «Cuando yo estudiaba en el instituto Rosalía de Castro un profesor me hizo vivir esa asignatura con pasión, y así la intento trasladar yo. Lo que quiero es que los alumnos entiendan, reflexionen, desarrollen la mente», encadena con férrea vocación. «Desde pequeña me gusta contar, aprendí con tres años en la casa donde nací, en Santa Isabel, que tenía dos molinos», evoca con nostalgia aludiendo a una de las viviendas que había hace décadas en el parque de Galeras. «Los vecinos molían allí trigo o maíz. Yo llevaba las cuentas a mi madre. Después ya fui al colegio, a una unitaria en la rúa Carretas», añade risueña.

En 1978, tras estudiar la carrera de Matemáticas, arranca su docencia en Melide, de donde se traslada a Baracaldo, en País Vasco. «Coincidió en una etapa de muchos atentados de ETA», recuerda. «Con 23 años, tenía a 55 alumnos por aula. La mirabas e imponía», destaca sobre un impasse fuera de Galicia que duró poco. «Volví, y en 1988, y tras pasar por lugares como Boiro, Muros o Santa Comba, ya entré, cuando abrió, en el instituto compostelano donde sigo», apunta sin descanso. «Siempre di en secundaria y bachillerato. Estoy a gusto. La veteranía da experiencia», admite, sintiéndose querida.

«Al principio algo que no entendía era que a los alumnos no les encantase la geometría, al ser lo tangible», reflexiona sobre un desánimo que revirtió. «En el 2000, Año Mundial de las Matemáticas, se organizó en Santiago un taller de papiroflexia, y me apunté. Me meto en todos los saraos», reconoce divertida. «Vi el potencial que esa actividad tenía para enseñar de forma fácil y atractiva la geometría, haciendo un cubo, un tetraedro, viendo cuántas aristas concurren en cada vértice... Al montar una figura modular los niños adquieren una visión espacial», argumenta con entusiasmo. «Desde ese momento ya no paré de hacer poliedros, ni de comprarme libros sobre ello. Aún no había tutoriales en internet. En la ciudad fuimos de los pioneros», señala, aclarando que todos sus pendientes ya son de papel. «Me iba con una compañera al taller de encuadernación que tenían mis hijos en Vista Alegre y practicaba. Hago de memoria figuras de más de cien pasos», continúa.

«Introduje la papiroflexia en el instituto, al principio no como una clase reglada, pero al ver que a los alumnos les encantaba, se puso como optativa», subraya. «Me acuerdo de un niño con dificultades para relacionarse que destacaba en esa materia. Yo le dejaba que explicase a los demás. Eso le subía la autoestima», desliza con cariño. «A los que me lo pedían les daba clases extra por las tardes. Cuando fue el terremoto de Haití ideamos un pin de casitas de papel. Hubo niños que hicieron hasta cien. Vinieron padres para aprender. Recolectamos 3.300 euros», sostiene con orgullo, negando haberse planteado comercializar sus obras. «Mi fin es didáctico», remarca.

A la entrada del IES Antonio Fraguas de Fontiñas se ven, en vitrinas y por las paredes, las obras de papiroflexia de Teresa Otero y de sus alumnos
A la entrada del IES Antonio Fraguas de Fontiñas se ven, en vitrinas y por las paredes, las obras de papiroflexia de Teresa Otero y de sus alumnos PACO RODRÍGUEZ

«Impartí cursos en colegios gallegos, pero también de Canarias o Andorra, muchos para profesores que querían incorporar la materia. También di talleres en congresos de la Asociación Española de Papiroflexia, de la que soy miembro», sostiene con tesón. «En el 2003 impulsé la celebración de uno en Santiago. Para la cita montamos un Tyrannosaurus rex a tamaño natural en Área Central. Luego se llevó a la Alameda. Una pata llegaba a una palmera», acentúa sonriendo.

Su próxima jubilación no la detiene. «Este mes fui al hospital a enseñar a niños a hacer figuras, como una boca que da besos. Es la obra que más gusta», afirma. «En un programa de talento de estímulo matemático donde doy clases hay alumnos que no dejan de doblar papeles», enfatiza ilusionada, bromeando con que en su casa no creó escuela. «Ni mis hijos ni mis nietos se engancharon, aunque uno sí hizo rosas cuando iba a mocear», comenta riendo mientras recorre un instituto de Fontiñas a cuya entrada se aprecian, en vitrinas y paredes, sus obras y las de sus alumnos. «Cumplo 45 años enseñando matemáticas a adolescentes. Entro en el aula y soy feliz», resalta.