Mi sanidad

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

16 ago 2022 . Actualizado a las 08:34 h.

Tan solo de manera indirecta conozco los entresijos del Sergas, que deben ser enrevesados. Sí conozco el nivel (o la calidad, como prefieran) de la sanidad pública de países desarrollados del norte de Europa, y no creo errar cuando afirmo que la gallega es mejor, por ejemplo, que la de Gran Bretaña, con o sin Brexit, y resulta preferible dar a luz en el CHUS que en un hospital noruego de una zona equivalente en población y territorio a Galicia.

El problema radica en que en este noroeste peninsular, y de hecho en la península ibérica entera, se ignora que cuando uno acude al centro de salud de Arzúa o al PAC de Ordes no paga ni un céntimo. En Suecia, otro ejemplo, sí. Y en Oroso tenemos dos estupendas pediatras… ¡en un centro de salud! Y cuando unos amigos daneses se enteraron de esto les salió del alma un «¡pero eso es un lujo que nosotros no podemos tener!», porque los pediatras allí están en el hospital. Y todo el mundo sabe que allá pagan más impuestos que acá (con pensiones más bajas, por cierto).

No tengo ni idea de si los recientes cambios en la cúpula del Sergas que tanto están dando que hablar son un gran acierto o una colosal metedura de pata. Lo que sí sé es que al personal de a pie se le llena la boca de soluciones fáciles a problemas difíciles, y todo el mundo opina de si un mir puede o no puede ir al PAC, mientras la clase política entra en batalla porque le da igual hablar de sanidad que de los incendios. Así, no se le ocurre otra cosa que clamar al cielo por la, al parecer, crisis de la sanidad. Eso sí, sin que nos suban los impuestos. La cuadratura del círculo, oiga. O un engañabobos, si lo prefieren.

Y sí, mi mujer trabaja en el Sergas. Y no, no es la nueva gerente.