María Gutiérrez: «Aquí la gente es muy amable y atenta, y Cáritas siempre nos acompañó»

irene martín SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Empezó a trabajar en un restaurante, pero duda de que pueda afrontar todos los gastos

02 may 2022 . Actualizado a las 07:16 h.

Una tía carnal, que se vino de Perú hace dieciocho años, fue la puerta de entrada que le permitió establecerse en Santiago con su familia hace tres años. María Gutiérrez (Lima, 1975) tiene un marido mayor que ella y tres hijos menores, todos escolarizados. «Si no fuese por mi tía, no tendríamos dónde vivir, porque ella alquiló la vivienda a su nombre para nosotros. Los niños están contentos, tienen amigos, van a sus fiestas y ya hablan gallego. Aquí la gente es muy amorosa. Y Cáritas siempre nos acompañó», tal como explica Gutiérrez, que empezó cuidando de una señora. Los cinco de familia tuvieron que personarse en la comisaría de policía durante un año, cada quince días, por no disponer de papeles, circunstancia que verifica el departamento de Empleo de Cáritas Interparroquial de Santiago.

«Mi marido lleva un año esperando para que la hagan una operación, porque tiene una cardiopatía. Ya lo operaron una vez aquí, pero gracias a Médicos del Mundo», según lamenta. «Pero en España estamos a gusto por la tranquilidad. En Perú hay muchos atropellos y asaltos de bandas de delincuentes. Y en la calle nadie te ayuda, porque si te metes, te cortan la cara a ti», añade. De un matrimonio anterior tuvo dos hijos, pero cuenta que a la hija la «mató» su yerno, mientras muestra imágenes del informe médico, la sepultura y de Katherine con un bebé en brazos. «Allá tengo muchos recuerdos. Mi hija tenía 21 años cuando la mató su marido, aunque él dice que fue un accidente con el coche. Sus amenazas hicieron que nos fuésemos a Argentina, donde pasamos cinco años trabajando yo como cocinera. Hasta que la renta de la vivienda se hizo insoportable y nos vinimos a España, primero a Madrid; pero el alquiler también era tan caro que nos vinimos a Santiago aprovechando la ayuda de mi tía».

Destaca que la gente es «muy amable y atenta», pero la diferencia con su país es que, ante los problemas, «allá cada uno corre para su sitio», advierte. «Yo era muy alegre, pero la muerte de mi hija hizo que me encerrase mucho en mí. Me duele mucho. Antes lloraba tanto… me faltó tanto que decirle… Menos mal que me ayudó una psicóloga», según indica. María ya piensa en quedarse —«a dónde vamos a ir», inquiere— y que sus hijos puedan estudiar una carrera técnica, «porque no podré darles una carrera universitaria y que puedan formar su propia familia», apostilla. Estos días empezó a trabajar en un restaurante nuevo a jornada completa, donde le han hecho un contrato y espera ganar entre 1.100 y 1.200 euros. «Debíamos seis meses de piso, teníamos un apercibimiento de la casera, Cáritas abonó dos y aún me quedan cuatro por pagar. A ver si ahora puedo hacerle frente. También tengo gastos de 150 euros mensuales por medicaciones necesarias para mi marido y un hijo. Y la última factura de la luz subió a 250 euros. ¡No sé qué pasó!», concluye con la incertidumbre en la entonación de sus palabras.

El testimonio de María Gutiérrez es uno de tantos que reflejan una penosa realidad que convive con nosotros. De ahí que la Iglesia católica lance una campaña por el trabajo decente con motivo de la efeméride del primero de mayo. El manifiesto declara que el mercado de trabajo está caracterizado por la inestabilidad e inseguridad, incluso en tiempos de crecimiento económico. Añade el texto que, a pesar de que se está generando empleo, las condiciones de trabajo siguen sin ser dignas y la gente «no consigue salir» de la pobreza. «Estas situacións de exclusión intensifícanse entre as persoas de orixe estranxeira, sobre todo se se atopan en situación administrativa irregular», según añade el documento de denuncia.