Días de ira

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

20 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si estos que vivimos no fuesen días de ira, dedicaría esta columna a cuestionar la política urbanística que no consigue movilizar suelo para construir vivienda a precios razonables en un municipio de casi 225 kilómetros cuadrados; a llamar la atención sobre la peligrosa proliferación de rotondas con semáforo en calles que ahora reestrenamos en el centro urbano; a pedir entendimiento al Concello y a la Xunta en proyectos para avanzar hacia una ciudad más a la medida de las personas, como el de sendas peatonales y ciclistas, o también para el desarrollo de suelo industrial que incentive la implantación de actividades económicas innovadoras, entre otros objetivos necesitados de grandes consensos; o incluso la dedicaría a poner el foco en por qué las administraciones van tantos kilómetros por detrás de la iniciativa social cuando urge poner los medios de ayuda humanitaria para recibir en nuestra ciudad a las personas que huyen de la guerra. Pero no. No son días para esta actualidad. Son días de ira, días de sangre. Días en los que la sociedad, en sus individualidades y sus colectivos, a todos los niveles, debe estar a la altura. De la misma forma que no hay explicaciones desde una posición informada, razonable, humana, al estallido de una guerra a estas alturas de la Historia, asistimos perplejos a la explosión de insolidaridad de quienes se aprovechan de la situación para sacar tajada, ya sea bajo la atroz lógica del mercado que exprime a los más vulnerables con recibos estratosféricos de la energía o que se apresura a subir los precios del combustible pero no a bajarlos —¿alguien puede creer que, cuando se superen estas crisis, los precios volverán a su posición inicial?—; ya sea por agravar una situación de por sí extrema y azuzar el «cuanto peor, mejor» para conseguir objetivos lícitos pero que pierden sus razones porque no es el momento para huelgas salvajes que no solo atentan contra los derechos de los homólogos que pueden compartir objetivos pero no procedimientos y, lo que es aún peor, dan la puntilla a muchos otros trabajadores que libran día a día una lucha titánica por salir adelante en sectores amenazados de muerte, sin que medie otra autoridad que no sea la que trata de evitar batallas campales en las carreteras. Días de ira.