Sus álbumes de viajes son fotografías de George —así le llaman muchos clientes—, con su sombrero y kilómetros de nieve o arena, la nada absoluta: «Soy un solitario, un nómada y voy por libre», le confesó en una entrevista a Nacho Mirás. Durante estas cuatro décadas y media se ganó el respeto del sector hostelero, de políticos, periodistas —Alvite lo consideraba su psicobarman— profesionales liberales, funcionarios, estudiantes con inquietudes, golfos sin remedio y gente del faranduleo que al entrar tenía que ponerse a tierra, porque el que mandaba era él, que para eso abrió en 1975 tras servir cócteles a Sean Connery, Jaqueline Bisset y a todo el reparto estelar de Asesinato en el Orient Express.
A este Hombre universal de Logrosa, que emigró a Londres siendo un niño, siempre le han llegado los reveses en los momentos más extraños. En el 2006, cuando ya rondaba la edad de jubilación, O Galo no volvió a abrir sus puertas en octubre. Sus clientes habituales sabían perfectamente que las vacaciones de Jorge eran largas e impredecibles, pero aquella ausencia era excesiva, por lo que muchos temieron el cierre definitivo. Después se supo que estuvo a punto de matarse tras viajar durante semanas por el desierto del Gobi, pero no fue superando una duna en todoterreno entre Ulan Bator y Pekín, sino en un taxi a la salida de Barajas, ya de regreso.