Un cementerio de peregrinos vecino de la muralla que defendía Santiago

cristóbal ramírez

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

El recorrido empieza en la Porta San Roque y concluye en la Porta do Camiño

06 nov 2021 . Actualizado a las 04:50 h.

La casi desaparecida muralla que defendía la ciudad de Santiago se convierte, en estos días otoñales, en un reclamo para salir de casa y estirar las piernas. Si, además, se dispone del magnífico librito A cerca da cidade, mejor.

En la Porta San Roque, que daba acceso a la Algalia de Arriba, todavía se conserva una casa (número 1) que fue una torre defensiva en su tiempo. Y a partir de ahí, marchando por la Rúa da Atalaia (o sea, por el pomerio o ronda interior que separaba la muralla en sí de las casas) se alcanza el espacio donde se alzaba la Porta da Pena, la cual permitía el paso a los peregrinos que recorrían desde A Coruña el Camino Inglés. Por cierto, está citada en el Códice Calixtino.

Toca descender por la Costa Vella, por una muralla enorme llena de vegetación y que cerraba la vieja huerta de San Martiño Pinario. Y así se llega frente a San Francisco, donde había otro acceso más a la ciudad, y se deja atrás teniendo a la izquierda el muro que cierra la Facultade de Medicina.

La calle Carretas ha sido brillantemente recuperada gracias a los esfuerzos de la Xunta para trasladar ahí la Oficina del Peregrino. Y al final, con la Costa do Cristo a mano izquierda, estaba la puerta de Trinidade. La muralla discurría por debajo —literalmente— de Raxoi, y el caminante de hoy en día ve un espacio verde a la diestra que no es otra cosa que el muy antiguo cementerio de peregrinos. Puestos a dejar volar la imaginación, en la Avenida de Raxoi (o sea, sin subir al Obradoiro) hay un precioso muro pero, desilusión, no tiene nada que ver con las defensas medievales ni posteriores.

En el número 12 de esa rúa, con una vieira pétrea viendo pasar personas hoy y a personas y animales ayer, una placa recuerda que ahí nació en 1892 el catedrático Gumersindo Sánchez, fallecido en el exilio argentino.

Por unas escaleras se accede a Rodrigo de Padrón, desde donde hay que elevar la vista a los tejados para admirar las magníficas chimeneas de las viviendas centenarias. Se trata de un espacio recuperado para el ocio, ignorantes todos de que el edificio que queda a las espaldas fue lugar de torturas durante la última dictadura.

El caminante se mete por la estrecha rúa Entrecercas, denominación que ya avisa de que recorre el pomerio y que va a dar a la archiconocida y todavía más concurrida Porta Faxeira, lugar donde ahora se amontonan turistas y peregrinos. De la obra medieval —incluidas sus torres— nada queda desde 1830.

Preciosas las estrechísimas calles Ruela do Peso y Entremurallas, con la plaza de Fuenterrabía entre ellas y con algunos bares que conservan la atmósfera más tradicional, adonde no llegan guiris.

Porta da Mámoa era la siguiente, y tras dar la espalda por Fonte de Santo Antonio a una venerable señal de prohibido aparcar (debe ser la única o casi en toda Galicia que se conserva) se llega a la propia fuente, que está al pie de una de las torres, hoy también vivienda privada.

La Porta de Mazarelos se convierte en visita inexcusable, y siempre se comenta lo que es cierto: por ahí entraba el vino que iba a ser consumido. Y continuando por la Rúa da Ensinanza se va a dar a la Porta do Camiño.