Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger: «Sueño con un virus de acogida en las homilías de las parroquias»

irene martín SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

El franciscano pide liberarse de esa fe que anestesia el horror y la muerte en referencia a los migrantes

26 oct 2021 . Actualizado a las 23:42 h.

Reside desde hace un par de años en el convento de San Francisco, en Santiago, tras concederle el papa su retiro. Pero los doce años que ejerció en Tánger como arzobispo cambiaron muchas cosas en el corazón de Santiago Agrelo Martínez (Asados-Rianxo, 1942). «Descubrí una realidad que hice mía: los migrantes», declara monseñor Santiago Agrelo tras haber participado en una mesa redonda sobre emigración e integración, en el marco del III Encuentro Interreligioso que se celebró en Santiago este fin de semana.

«La mía no es una disertación, pretendo que sea una denuncia, una voz de alarma, un grito de auxilio, una acusación que los hombres, mujeres y niños obligados a emigrar lanzan a los responsables de las decisiones políticas y de la información, a la conciencia religiosa de cuantos nos profesamos creyentes y a la responsabilidad moral de todos los que se profesan ateos, agnósticos o indiferentes», expresaba el padre Agrelo nada más comenzar su intervención pública, dejando claro su ideario y criticando la «invisibilidad» de las víctimas de la diáspora.

Para la política, la información y la conciencia de los ciudadanos, la masacre no existe y la tragedia tampoco: «Se trata solo de muertos prescindibles», advierte el fraile franciscano, al tiempo que lamenta estar en una sociedad «muy» individualista, donde cada uno va a lo suyo, siendo una prolongación de su teléfono móvil. «Por la calle no nos miramos ni nos sonreímos, no establecemos una comunicación entre nosotros», aduce. En referencia a la integración de los emigrados, reivindica su visibilidad: «El primer paso es abrir los ojos para que las víctimas se nos aparezcan, se nos hagan de carne y hueso, se nos hagan puñetazo en el estómago. Hombres, mujeres y niños con nombres y apellidos, con historia personal, con gozos y tristezas, con esperanzas y duelos guardados como un tesoro en el corazón».

Pero monseñor Agrelo, sin pelos en la lengua, va más allá en su órdago en el foro interreligioso: «Los gestores de los modernos campos de exterminio y los medios de comunicación al servicio de estos gestores necesitan de nuestra ceguera, de nuestro no saber, de nuestra indiferencia, para continuar haciendo víctimas, expoliando recursos, matando pobres».

En una alocución salpicada de ejemplos extraídos de la prensa y con referencias explícitas a una sociedad «inconsciente y enferma», a la política «de salón» y a una información preocupada por el fútbol y los perros, el franciscano señala cosas que se pueden hacer: «Sueño con el día en que el virus de acogida contagie las homilías de las parroquias, porque sospecho que están más llenas del virus del rechazo. Y esta es responsabilidad de las Iglesias y de las religiones. Nos hemos inventado una fe desencarnada. En nuestra mente domiciliamos a Cristo sin Iglesia y a una Iglesia sin Cristo. Líbrame de esa fe que anestesia el horror, la muerte y desolación de hombres en una barca a la deriva. Líbrame de mí mismo para que los pobres tengan una oportunidad».

El continente africano también fue objeto de una reflexión de viva voz. «Hemos comido de África durante todo el siglo XX. Es un continente colonizado y explotado, un cordero devorado por otros, las potencias tradicionales y emergentes», según expresó. «Los hijos de Dios mueren a decenas, un día y otro, y nosotros continuamos pasando de largo, sin mirar, sin ver, sin mancharnos, sin inmutarnos, sin enterarnos de nada», concluyó ante un auditorio que no se atrevía a respirar.