La caótica línea 6: apiñados desde Lavacolla

cinthya Martínez / i. c. SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

La creciente llegada de turistas colapsa el itinerario que va desde el aeropuerto a Os Tilos

30 ago 2021 . Actualizado a las 18:44 h.

Los vecinos de San Marcos y Os Tilos, y todo ciudadano que quiera utilizar los recorridos intermedios de la extensa línea urbana 6, comparten desde hace meses transporte público con los turistas, debido a la supresión del bus lanzadera que unía la ciudad con el aeropuerto. Esta es una realidad provisional hasta que se aplique la reorganización que se derivará del nuevo contrato del servicio municipal, y hasta hace poco, por la situación sanitaria, no era problemática. Pero con el incremento de turistas, se ha convertido en toda una odisea tanto para los compostelanos como para los propios visitantes.

La llegada de vuelos procedentes de Bilbao y Las Palmas de Gran Canaria a media mañana del viernes provocaba que el bus ya bajara lleno desde la terminal aeroportuaria. Ocurre todos los días. Al ser una línea regular, el bus no tiene espacios para equipajes, y los turistas se las ingenian para meterlos entre los asientos. Aunque cuenta con agarraderas, que son utilizadas para carritos de bebés y de la compra, los pasajeros prefieren tener a mano sus maletas, y se aglutinan en el pasillo sujetándolas con la mano, manteniendo, como buenamente pueden, el equilibrio.

En las posteriores paradas de San Marcos, y aunque el autobús ya cuente con numerosas personas viajando de pie, sigue subiéndose gente. Con ellos, carritos de la compra, ya que esta línea también pasa por la Praza de Abastos, y patinetes eléctricos. Mantener la distancia de seguridad resulta imposible, y bajarse en cualquiera de las siguientes paradas, toda una ruta de obstáculos.

A esto se suma el desconcierto de los visitantes. El autocar no cuenta con señalización de paradas, por lo que los turistas recurren al navegador del móvil, o se preguntan entre ellos, cuánto queda hasta su destino en el centro. Una confusión que ahora también intenta solucionar la conductora. Al llegar a Praza Galicia, ella misma avisa por un micrófono de que esta es la parada «del centro». Allí, se descongestiona parcialmente el bus, bajándose la mitad de los turistas. Los forasteros restantes, lo hacen en la marquesina del Hórreo, de nuevo bajo las indicaciones de la chófer.

Después de una hora de viaje y 18,2 kilómetros de recorrido, el autocar llega a Os Tilos y los pasajeros se cuentan con una mano. Yago Dosil, vecino del barrio y usuario frecuente de la línea, explica que «a partir de la parada de El Corte Inglés ya suele ir casi vacío». Reconoce que algunas veces lo han dejado fuera por el excesivo aforo, pero «se nota un poco de mejoría desde que aumentaron las frecuencias».

La odisea se repite, de nuevo, en el sentido inverso de la línea. Aunque en el barrio de Os Tilos solo suben cuatro personas, el bus se llena a medida que se acerca al centro. Concretamente en la parada de la intermodal, suben una veintena de pasajeros. Aunque el autocar aún tiene muchos asientos vacíos, los ocupantes con maleta prefieren quedarse de pie, sujetándola. Una de ellas es Verónica Nese, que comenta que el servicio es «bueno», pero echa en falta «un espacio para guardar el equipaje».

En Praza Galicia, entran otras quince personas, que también se apiñan en el pasillo. Yolanda Delgado, procedente de Barcelona, apunta que el bus, al ir al aeropuerto, debería de «ser más directo, para no dar tantas vueltas con las maletas».

Llega un punto en el que la conductora, en una de las paradas de San Lázaro, reclama a los pasajeros que se sienten en los asientos libres y que despejen la zona de paso, sin mucho éxito. Los turistas se resisten a dejar sus bultos sin ningún tipo de vigilancia en las agarraderas y continúan viajando de pie.

Rita Cabrera, de Pamplona, explica que el servicio es el idóneo, pero «deberían de poner una bandeja para las mochilas y maletas, porque al no tener espacio para ellas, vamos todos juntos y apretados en el pasillo». Una amiga suya, comenta que la puerta le acabó dando un golpe al no tener espacio para moverse. Ya en el aeropuerto, los ocupantes se dispersan, y son ahora otros, los que se embarcan en la aventura.