hora que vamos venciendo la quinta ola, hay motivos para ser un poco más optimistas, o menos pesimistas, según se mire. Porque mucho me temo que estamos lejos de poder darnos un respiro con la pandemia. Faltan vacunas y la inmunización de los más jóvenes va demasiado lenta, como demuestra el hecho de que la autocita abierta ayer por el Sergas fuese un visto y no visto por la avalancha de solicitantes. ¿Alguien dijo que los jóvenes pasaban frente a los riesgos del covid? Sin duda, no. Aunque, claro, entre los jóvenes, igual que entre los mayores, hay de todo. Que lleguen señales positivas del frente covid es trascendental, primero por motivos obvios: la progresión de la enfermedad cede. Y segundo, por el efecto multiplicador sobre toda la actividad socioeconómica. Sería terrible que, en vez de doblegar la curva, a estas alturas los contagios siguieran marcando nuevos picos día tras día, después de mes y medio de progresión. Santiago, como Ames, Teo, Melide y Padrón, de mantenerse esta evolución positiva, no estarán demasiado tiempo en el nivel alto de restricciones, y aunque es encomiable nuestra capacidad de adaptación a las distintas situaciones, flexibilizar un poco más los protocolos será clave para dar respiro a los sectores de actividad que más están sufriendo. Baste ver el abarrote de estos días en todo el centro de la ciudad, que dista poco del panorama de otros años precovid, para constatar la fluidez de esa distinta normalidad adaptada a circunstancias tan nefastas como nos obliga la pandemia. Adaptarse es que la vida siga, pero cumpliendo, no lo olvidemos, las normas que dictan en cada momento las autoridades sanitarias. De no ser así y de no haber progresado las vacunaciones masivas, no estaríamos empezando a vencer esta ola. Que ojalá sea la última. La vida sigue, y en Santiago hay motivos para el optimismo, en un verano en el que hasta hemos sabido celebrar las Festas do Apóstolo y fortalecer los resortes institucionales de la ciudad.