María Caramés: «Me muevo por pálpitos. Por uno cogí la pastelería de San Pedro y funcionó»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Paco Rodríguez

La polifacética creadora, conocida en Santiago por haber llevado la pastelería la Lambona o el bar Medusa, es la voz del dúo Aparato, en el que toca el theremin: «Cuando lo uso en un concierto, muchos preguntan: ''¿qué es rúter que suena a guitarra''»

09 may 2021 . Actualizado a las 22:54 h.

Entre risas espontáneas, es sencillo entablar una charla amena con María Caramés, una conocida creadora santiaguesa de 47 años. Resumir lo vivido en su intensa trayectoria ya no lo es tanto. «Siempre fui de buscarme la vida», admite. «Lo que nunca abandoné es la música», precisa con pasión.

Su infancia la une al Ensanche compostelano, donde creció ligada a sus seis hermanos y a la tintorería Roma, el negocio familiar donde cobró su primer sueldo. «Me compré un radiocasete sony megabass», resalta con una sonrisa y con su vocación ya en mente. Con 18 años se convierte en la voz de Clan Moriarty, el grupo compostelano de rock progresivo que despuntó en los 90. «Tocábamos en todas partes, en Casting, A Casa do Patín o el Número K. Uno de nuestros últimos conciertos fue en Mazarelos. Me impresionó ver cómo la gente se sabía las canciones», rememora. «Fueron unos años ilusionantes, en los que había un apoyo gremial entre las bandas», incide al hablar de una etapa inicial durante la que también se formó, primero en escultura y después en fotografía, en la escuela Mestre Mateo.

Imagen de archivo de un concierto de Clan Moriarty en el año 1993
Imagen de archivo de un concierto de Clan Moriarty en el año 1993 R. Leiro

Es también en esta época cuando se hace cargo en As Ánimas de un bar al que rebautizó como Medusa, un local de escasos 60 metros cuadrados que con el tiempo se convertiría en un clásico de los noctámbulos. «Vi esa posibilidad y con 23 años la cogí al vuelo. Por la mañana servía cafés a los alumnos del conservatorio. También les alquilaba por horas dos pianos que teníamos», evoca. «De noche hacía conciertos. Un día un grupo puso el volumen tan alto que empezó a caer arenilla del techo y al segundo tema vino la policía y hubo que pararlo», comenta divertida. «Aún así, creo que antes había más respeto por este arte. La música es fundamental para que las ciudades tengan vida», desliza, antes de dar un salto y señalar cómo un revés vital la animó a mudarse a Barcelona. «Fue el único momento en el que trabajé de lo que me había formado», explica. «Para una editorial hacía retratos en empresas punteras, como Freixenet. Para otra firma pintaba casas, como la de Luis del Olmo. Recuerdo las muchas fotos que tenía», apunta.

En el 2009, con 35 años, la crisis y un «ataque de morriña» la devuelven a Santiago donde sigue trabajando como fotógrafa freelance. «El aterrizaje fue muy dulce. Me reencontré con Ramón Bermejo, el director del Coro da Rá y me metí en la agrupación. Tener ese colchón humano fue maravilloso y muy divertido. Soy festeira», reivindica. «También arriesgada y un poco kamikaze», bromea al centrarse ya en el trabajo que la hizo popular, sobre todo en San Pedro. «Me muevo por pálpitos. Al pasar delante de una pastelería que se alquilaba sentí uno. Convencí a una amiga pastelera, la cogí y funcionó», recuerda sobre la Lambona, un negocio que abrieron de forma conjunta y en el que tras un año continuó sola. «Sabía de cocina, no de repostería, pero me puse las pilas y le cogí el gusto. Tiene su lado artístico. Las decoraciones eran mi fuerte», defiende sobre unas piezas detallistas que ganaron fieles. «El director de cine Oliver Laxe venía mucho, pero a por cruasanes», aclara. «Algo bonito era ver a niños que eran muy fans y a mayores que disfrutaban de las sesiones de dj que montábamos los domingos», acentúa. «Viví la gran época del barrio. Tras la Festa da Primavera el agotamiento era tan grande que no me podía mover en cuatro días», asiente sobre un cansancio que le llevó en el 2018 a hacer un alto aunque sin renunciar a un proyecto por el que admite que aún le preguntan. «No descarto abrir, aunque a menor ritmo, otra pastelería en un local familiar de Sar. Lo tenía ya preparado, pero llegó la pandemia», revela al aludir a un 2021 en el que, de forma tímida, sí pudo centrarse en su último grupo musical, Aparato, un dúo de música electrónica que formó junto a Chus Silva y en el que se encarga de la voz y del theremin. «Es un instrumento muy loco, casi imposible de tocar, pero de sonoridad muy chula. A muchos le produce curiosidad. Cuando lo uso en un concierto preguntan: ‘‘¿qué es ese rúter que suena a guitarra?''», remarca sin dejar de reír.

«Me quedo con lo positivo. Me adapto bien a los cambios. Eso sí, esta vez espero no cambiar. Aparato me gusta mucho», enfatiza sin descanso.