Si la Xunta teletrabaja, el bar se vacía

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

La hostelería que vive de los grandes centros laborales como el aeropuerto, las facultades o los hospitales echa en falta a clientes fijos y esporádicos

17 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El descanso en horas de labor, además de estar reconocido en el Estatuto de los Trabajadores y en todos los convenios decentes, es un negocio en sí mismo amenazado por la pandemia y el teletrabajo. Antes de la crisis sanitaria, los complejos de San Caetano y San Lázaro movían diariamente a más de cuatro mil personas, entre funcionarios y administrados que acudían a resolver papeles que ahora son de obligada tramitación digital; los hospitales de A Choupana y Conxo tienen una nómina creciente de seis mil profesionales que atendían, ya no, a una peregrinación de varios miles de pacientes que se acercaban con uno o más acompañantes, ahora proscritos en cualquier espacio sanitario; y por los centros universitarios se repartían 30.000 personas entre alumnos, profesores y personal no docente que ahora gasta la moqueta de casa en horas lectivas, no necesariamente en Compostela. Todos, sin excepción, tomaban cafés, comían menús y celebraban un buen examen o una gestión bien hecha con una caña y un pincho de tortilla.

El paulatino regreso a la nueva normalidad tiene a los hosteleros que viven de los grandes centros laborales con la mosca detrás de la oreja. «Me falta gente», sostiene Orlando Huamaní, que desde O Muiñeiro, en San Lázaro, contaba con una nutrida clientela de las consellerías de Medio Ambiente, Sanidade y Emprego que hacía un alto matinal y que en ocasiones ya aprovechaba para reservar mesa para la comida si la jornada tenía pinta de partirse. Donde había un grupo cafetero de cuatro ahora asoman «uno o dos». O ninguno, en el peor de los casos.

En torno al Clínico abrieron en los últimos años una decena de negocios que tenían garantizado el desfile diario de clientes esporádicos, pero su verdadero sustento, el que mantenía viva la caja, está desaparecido. «Nos falta el personal de la administración, muchos están en casa, y los que vienen a trabajar no salen tanto. El otro día me encontré a un habitual y me confesó que se había comprado una cafetera de cápsulas para el despacho para evitar salidas. Sigue habiendo miedo», relata Mihaela Nerticaru, del Café Fraîche, uno de los más exitosos de la zona.

La hostelería interna del aeropuerto lleva cerrada desde el 9 de enero. Lo que podría parecer una buena oportunidad para los negocios de la zona es en realidad un páramo. Borja Villasenín, al frente del Ruta Jacobea y de Casa Lorenzo, reconoce que esta «sufriendo» ante una terminal muerta que en el 2019 vio pasar a 2,5 millones de personas, con todo lo que genera alrededor.

No es la primera deslocalización laboral que hace tambalear a un barrio. Cuando el Xeral se fue de Galeras a finales del siglo XX se vio venir el drama. Peleteiro, que movía a 1.500 familias, anunció con tiempo su marcha del Ensanche. Pero lo del teletrabajo, como tantas otras cosas de la pandemia, no se podía saber.