As Crechas, Atlántico, Modus, Momo y Borriquita, pioneros y supervivientes

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO

SANTIAGO

Álvaro Ballesteros

Los locales que levantaron la movida de la zona vieja a finales de los 80 seguirán en pie

06 mar 2021 . Actualizado a las 21:31 h.

Una de las estampas que sigue impactando un año después del inicio de la pandemia es la soledad del casco histórico de Compostela, absolutamente vacío. Por las noches, por imperativo legal, pero también por las tardes, cuando se puede constatar que algunos bares que parecían incombustibles tenían puerta y cerradura. Impresiona más a los que en las últimas tres décadas han salido de patrulla nocturna y que, erróneamente, creen que la muchedumbre bañada por la luz amarillenta de las antiguas farolas de gas siempre estuvo ahí. Pero no es verdad. A finales de los 80, cuando la movida de Santiago ya acumulaba litros de fama y noches épicas, la zona vieja era una postal silenciosa alterada por una docena de locales pequeños y oscuros que rara vez frecuentaban los universitarios.

Algunos han aguantado hasta cuatro recesiones, a cada cual más gorda. La actual, que van a superar; y la global, que comenzó en el 2008 y cuya recuperación se difuminó en el tiempo, pero en algunos casos, como el Modus Vivendi (1972), también soportaron la crisis del petróleo al poco de nacer; y veinte años más tarde, la depresión de 1993, que fue muy corta y que en Galicia contó con la sordina del primer Xacobeo moderno, pero que resultó demoledora para los restaurantes y los locales de copas. Los sábados eran un solar.

Entre los pioneros de los 70 estuvieron el Galo D´Ouro o la Borriquita, a los que se fueron sumando el Paraíso Perdido, el Metate, el Joam Airas, y a mediados de los 80, A Casa das Crechas, el Atlántico o el Momo. Estos últimos, junto al desaparecido Fucolois, fueron el germen de la Asociación Cultural Compostela Vella, cuyo nacimiento en 1987 fue determinante para visibilizar una movida capaz de distinguirse de los abrevaderos del Ensanche y que con los años fue capaz de superar clichés que ubicaban en estas barras a parejas amuermadas ávidas de café irlandés y «bloqueiros y melenudos», esa estirpe creada en el imaginario de José María Caneda.

Los primeros momentos de esplendor quedaron plasmados en una ilustración de Gonzalo Vilas, que a mediados de los 90 hizo su particular interpretación del casco histórico ubicando quince locales bajo el lema A noite nova da zona vella. Nadie que se haya guiado entonces por aquel creativo mapa habrá llegado nunca a su destino, pero la imagen fue tan mítica que presidió durante años cientos de pisos de estudiantes muy necesitados de una decoración madura e inspiradora.

Este colectivo de pioneros de la noche tuvo que dar la cara por todo un sector plagado de arribistas cuando la zona vieja se desbordó de coperos locales, asimilados y turistas, y responder ante los vecinos y el Concello, que era consciente de que la apacible almendra que deslumbraba al mundo se había convertido en lugar insufrible para vivir y descansar. La música en directo se convirtió, con mucha resistencia, en su gran salvoconducto moral, y además de ayudar a unos cuantos artistas a despuntar, redondeaba la caja por la semana. Por ahí pasa el futuro para que aguanten cuarenta años más y que las próximas generaciones lo puedan vivir. Y beber.