Fernando Sangiovanni: «Es un orgullo ver que un taller familiar llega desde Santiago a 60 estrellas Michelin»
SANTIAGO
En apenas tres años una familia de artesanos ha situado sus piezas únicas en las mesas de muchos de los restaurantes más exclusivos del mundo
22 feb 2021 . Actualizado a las 23:19 h.Llevan casi veinte años en Santiago pero el acento aún delata su origen uruguayo. «Mis padres eran de Carbaxo, de donde emigraron a Montevideo. Allí crecí, me casé y tuve a mis tres hijos», explica Isabel Lorenzo. «En el 2002, y ante la crisis del país, empezamos una nueva vida acá. Nos establecimos en Compostela por sus posibilidades de trabajo», concreta su marido, Fernando Sangiovanni, el portavoz de una familia que ha logrado, en apenas tres años, situar sus vajillas de madera en varios de los restaurantes más exclusivos del mundo.
La historia arranca años después de llegar y de iniciarse con una tienda en la ruela das Ánimas donde vendían velas y calabazas para peregrinos. La gastronomía se cruzó rápido en su camino. «Trabajé once años en la hostelería, en el Franco, en la Taberna do Bispo, donde aprendí a integrarme», detalla Fernando, sin esconder la dureza del cambio de país. «Ser emigrante no es para cualquiera», apostilla. Tras quedarse sin trabajo y ver cómo su hijo Joaquín, que había estudiado carpintería en el CIFP Politécnico, estaba empleado en otro sector, la familia se decide a crear una cooperativa y a montar un taller en San Lázaro en el que Fernando, que venía del mundo del diseño, se encargaría de la creatividad, su mujer, de la comercialización, y Joaquín, de la elaboración de piezas únicas. Al proyecto se unirían años después un segundo hijo, Agustín, y otro carpintero, Adrián Rey. «El nombre de la cooperativa, Rayados, alude a que somos del Peñarol, el equipo de Montevideo que tiene una camiseta a rayas. Mi mujer es del Nacional», admite riendo Fernando, antes de destacar cómo la firma rinde homenaje a sus predecesores. «El taller se llama Sangiovanni por mi padre. Lorenzo Design, la firma comercial, es por el de mi mujer», apunta, sin olvidar que ese fue el nombre escogido para otra tienda que abrieron en el 2016 en San Miguel dos Agros. «Allí vendíamos objetos de madera, desde cuadros a juguetes», evoca. «Aún el otro día un australiano nos pidió un perchero que había visto allí», aclara con orgullo Isabel.
Javier Olleros nos pidió una cuchara de madera. Estuvimos seis meses para conseguirla, pero dimos en la tecla
En el 2017, en un encuentro entre cocineros y artesanos, al que acudieron con unas tablas de madera de diseño desigual, su trayectoria da un giro. «Conocimos a Javier Olleros, del restaurante Culler de Pau, dos estrellas Michelin. Él nos dio la oportunidad. Nos pidió hacer una cuchara de madera. Estuvimos seis meses para conseguirla, probando diseños y texturas, yendo a O Grove. A nivel sensorial tenía que ser muy fina. Era para un plato con guisantes-lágrimas», incide Joaquín. «Al final dimos en la tecla. Aprendimos las exigencias de la alta cocina y vimos que había una necesidad en ese mercado. Los cocineros buscan vajillas diferentes», remarca Fernando. «Cerramos la tienda y nos enfocamos en ese sector», añade Isabel, antes de reflexionar sobre su creciente popularidad. «Los chefs conversan mucho entre ellos, y se visitan todos. Además, tenemos gran presencia en Instagram. Dabiz Muñoz, de DiverXO, para el que ahora preparamos dos cucharas de color diferente, nos dijo por esa red. ‘‘Me flipa lo que hacéis con la madera''», recalca agradecida mientras enumera cómo sus creaciones, también solicitadas por cocineros como Quique da Costa, llegan ya a países como Dinamarca, Singapur o Francia, en la mesa del laureado Mirazur. «Desde Arany Kaviár, de Hungría, nos escribieron para que fuésemos protagonistas en su intento de lograr una estrella Michelin», destaca Joaquín, poniendo énfasis en el proceso. «Los diseños suelen partir de nosotros aunque también trabajamos codo a codo con los cocineros», explica Fernando, quien ya recibió a varios en el taller. «Hasta el momento solo pudimos ir a comer a Culler de Pau», admite con una sonrisa.
«Recorrimos mucho camino en poco tiempo. La pandemia nos cogió en el año de mayor trabajo, pero no nos podemos quejar. Ahora estamos con unas piezas de una madera especial para Mugaritz, el restaurante vasco al que ya hicimos más encargos, como unos vasos. Saber que vistes la mesa de entrada de un local con un año de reserva es un reto», apunta, sin dejar de marcarse metas. «Queremos montar una tienda junto al taller y abrirnos al interiorismo. También, desarrollar más nuestro producto artesanal. Es un orgullo ver que un taller familiar llega a 60 estrellas Michelin», acentúa con emoción.