«En casa no dejo de pensar en que puedo perderlo todo, y me deprimo»

Margarita Mosteiro Miguel
Marga mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Sandra Alonso

Los hosteleros se quejan de las restricciones y del poco margen para aplicarlas

11 ene 2021 . Actualizado a las 11:48 h.

Juan Ramón García Tomé es un histórico de la hostelería compostelana. Su local, el Zum Zum, ya superó varias crisis económicas, y por sus mesas pasaron varias generaciones de compostelanos. «En la primera ola, en casa, me refugié en la guitarra y fue pasando el tiempo, pero en esta no puedo quedarme allí. Vine a trabajar, porque la depresión puede conmigo», apunta Juan. La terraza, explica, «no cubre los gastos mínimos, pero no puedo quedarme en casa, porque cada vez estoy más bajo de moral. Ya no tengo fuerzas para ser optimista».

La obligación de cerrar el interior de los establecimientos y la limitación del aforo de las terrazas al 50 % superan las restricciones que el hostelero pensó que traería el nuevo año, y las considera un «cierre encubierto». «Yo tengo una estufa para dar calor, pero cuando empiece a llover no vendrá nadie». El hostelero reconoce que desde hace meses solo echa cuentas. «En casa no dejo de pensar en que, después de más de 30 años, puedo perderlo todo», y siente rabia, porque cree que los que toman las decisiones no conocen la realidad del sector: «Hay gente con pisos y coches embargados. Hace unos días, una chica nos dijo que le habían quitado el coche. No es broma». Sus empleados están en ERTE: «Seguiré yo. Aquí le doy menos vueltas a la cabeza».

García Tomé sigue sin entender las razones por las que la hostelería está en el foco de las limitaciones. «No creamos ni propagamos el virus, solo pagamos las consecuencias. Al principio no tenían datos, pero ahora tienen y tenemos que seguir pagando sin ingresos», denuncia. Juan García reclama «ayudas directas. Nos cierran, porque esto es un cierre encubierto, pues hay que poner dinero en la mesa. Hay que pagar la seguridad social, el IVA, el IBI, alquileres, el fútbol son 600 euros». Opina que la hostelería quedará muy mermada, porque muchos se verán abocados al cierre. «No quiero hacer cálculos, pero ya empiezan a verse. Pocos o ninguno llegarán a salvo a la recuperación del año santo». Juan también se muestra extrañado con la medida que limita el horario de apertura: «Que expliquen por qué a las seis de la tarde. ¿Es que a partir de esa hora la carga vírica es más alta y antes no hay contagio?». El hostelero pide a las autoridades que se reúnan con el sector y que pongan sobre la mesa «ayudas reales. El cierre tiene que ir unido a un paquete de ayudas rápidas y directas, pero sin líos para que nos perdamos en papeles».

«Tengo que aguantar, no me queda otra»

Isabel Horta, del café Belke, en San Roque, pensaba que el cierre empezaba el lunes, «pero el de la bollería ya me dejó menos cosas, porque estaba más enterado que yo. También tuve algún cliente a primera hora que creía que hoy podía estar dentro». Explica que desde hace meses cierra a las tres de la tarde, porque después «no hay movimiento en la zona, no entra nadie». En su local dejó de usarse la barra hace meses y, cuando se permitió volver a servir, decidió dejarla inutilizada «para protegernos y proteger a los clientes. Nosotros estamos haciendo bien las cosas, pero pagamos las consecuencias de las aglomeraciones de Navidad. Tenían que haber limitado entonces, y quizás ahora no estaríamos así». En el exterior del local colocó una pequeña repisa para los fumadores. «Ahora los clientes pueden usarla, pero prácticamente solo sirvo cafés para llevar. Los clientes fieles vienen, pero la situación está siendo muy complicada. Tengo que aguantar, no me queda otra, y lo haré como sea». Una de sus tablas de salvación le llegó del dueño del local: «Me quitó la mitad de la renta, pero hay muchos otros gastos». Desde unos meses, «la caja es escasa y solo da para cubrir algunos gastos».

«La terraza no sostiene el negocio»

Manuel Vidal es uno de los dos camareros de la cafetería Arena, en Alfredo Brañas. Ayer atendía las cuatro mesas de su terraza con la seguridad de que «no dan lo suficiente para sostener del negocio». Su jefe, Fernando, tiene claro que «deberían sentarse con el sector porque nos están matando. Van a acabar con nosotros. Quizás era mejor que nos cerraran totalmente tres meses, que terminen con el virus, y después nos dejen trabajar». Manuel entiende que volverá al ERTE, porque las nuevas restricciones dejan al local muy mermado de ingresos. Una de las cuestiones que más les sorprendió de las nuevas medidas es que «mantengan las terrazas al 50 % y, cuando empiece a llover, que no tardará, quién se va a sentar para tomar un café o una caña», apunta. Manuel y Fernando consideran que las autoridades «debieron dar un poco de margen. Sabíamos que nos iban a limitar, pero no puede ser que se adopten medidas de un día para otro. En unas horas no puedes mandar a la gente al ERTE». Cuando cerraron la hostelería, en el principio de la pandemia, Fernando afrontó el pago de todo el mes, porque «el ERTE tardó en cobrarse, pero cada vez es más complicado».

Bares, cafés y restaurantes cerrados por no disponer de terraza

Sin terraza o sin posibilidades de servir en la calle, muchos hosteleros optaron ayer por cerrar sus puertas. Tampoco abrieron los que tienen muy pocas mesas, y que, por tanto, consideran inviable mantener una actividad mínimamente rentable. Entre los que abrieron las puertas había muchas dudas sobre la «letra pequeña de la orden». En un local del Ensanche, su propietario esperaba que su asesoría le aclarara si, a partir de las seis de la tarde, podía mantener el servicio a domicilio o el de recogida de comida en el establecimiento. En general, la principal queja del sector hostelero apunta al escaso margen de tiempo para dar salida a la mercancía adquirida, ya que los consultados tenían la previsión de que les dieran un margen de uno o dos días para liquidar suministros.