El último viaje de Alonso, un sintecho muy querido

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CEDIDA

Varios amigos cumplieron su voluntad y llevaron sus cenizas hasta Cantabria, su tierra natal, donde se celebró un emotivo y concurrido funeral en el que estuvo presente su hermano pequeño

16 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevaba unos 20 años de trotamundos por toda España. En algunos de sus destinos trabajó, y en otros no. Llegó a Santiago como otro peregrino más, junto a su perrita, que como él obtuvo su credencial del Camino. «Conocí a Alonso Cortada el mismo día que vino, o al siguiente. No tenía para pagar una pensión y se refugiaba por la noche en la dársena de Xoán XXIII. Hace 4 o 5 años empezó a cobrar su pensión y cogió un apartamento para dormir bajo techo», cuenta Chus, quien mantuvo una estrecha relación con el cántabro, ayudándolo en lo que podía. Ella fue una de las personas que estuvo junto a él en sus últimos días, cogiéndole la mano en el hospital de Conxo y recibiendo los partes médicos. «Tenía una enfermedad derivada de la vida que había llevado y estaba a la espera de un trasplante de hígado. Empeoró en plena pandemia. Le detectaron un cáncer, pero su estado no tuvo nada que ver con el covid», aclara. En esa etapa final el llamado hombre de piedra, callado y paciente, que tantas horas pasó pidiendo limosna en Casas Reais, reveló su última voluntad. Quería recibir sepultura en su tierra, explica: «No había vuelto desde el año 92. Y, cuando supe que lo iban a enterrar en una fosa común me negué. Estuve siete meses intentando buscar a su familia en su pueblo, Maliaño Alto, en el municipio de Camargo, y un policía de allí me ayudó. Al explicarle la situación, se puso en contacto con el párroco de la localidad, José Antonio, quien confirmó que era de allí y dijo que haría todo lo posible para que pudiera descansar junto a su madre y uno de sus hermanos».

El otro, Jose —con un gran parecido físico a Alonso, hasta en la voz y carácter—, vive en Palencia y llevaba casi 30 años sin ver a su hermano mayor. «No sabía si había muerto, si tenía que llorarlo, y al escuchar que se podría despedir de él se emocionó mucho. Fue como cerrar un círculo para él. ‘¡Por fin esta de vuelta! Tantas veces lo intentamos traer...', nos decía», señala Chus. Habló con otras dos amigas del sintecho y pusieron cada una 100 euros para la incineración. «Al final se la pagó él, con su última pensión, aunque Eva insistió en que usáramos su parte para pagar los gastos del viaje hasta Cantabria». Este se retrasó por la pandemia y el fin de semana pasado tuvo lugar la ceremonia en su tierra. «Su hermano no paró de llorar. No podía ni hablar», relata Chus, a la que acompañaron otra compostelana (Mary) y dos melidenses (Ana y su marido Mario), quienes conocieron también al hombre de piedra. «La iglesia estaba repleta. Familiares, conocidos... y hasta su mejor amigo, Carlos, que localizó al resto. Era alguien muy noble y muy querido. Fue fantástico poder cumplir este deseo y hacer feliz a mucha gente».