Alicia Lourido, directora de la Cocina Económica: «Creemos que hay que cobrar, por la propia dignidad de la persona»

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La hermana sor Alicia contrajo el coronavirus antes de que se decretase el confinamiento
La hermana sor Alicia contrajo el coronavirus antes de que se decretase el confinamiento PACO RODRÍGUEZ

Durante el estado de alarma, la Cocina Económica de Santiago llegó a dar hasta 230 menús al día

12 ago 2020 . Actualizado a las 17:04 h.

Después de una vida dedicada al mundo de la marginación, sor Alicia Lourido no se asustó cuando le propusieron encargarse de la Cocina Económica de Santiago hace escasos dos años. Nacida en A Coruña y criada en Asturias, esta hermana de la Caridad contrajo el coronavirus antes del estado de alarma y ha estado al frente del comedor social de la rúa Travesa durante los meses más duros de la pandemia.

-Esta es su primera experiencia en un comedor. ¿Qué sintió cuando le plantearon la idea?

-Directamente nunca había estado en comedores, pero el mundo de la marginación no me era desconocido. Antes de la Cocina Económica estuve en un centro de discapacitados en Lugo y durante 24 años trabajé con el colectivo gitano en Gijón. Allí empezamos con una guardería y luego pasamos a trabajar con las madres. Había gente que decía que a los gitanos había que meterlos en camiones y echarlos fuera, junto a las monjas, que éramos las que los ayudábamos. Convencí a un grupo de voluntarios y comenzamos con unas clases de alfabetización. Luego pusimos en marcha unos talleres de promoción de la mujer. Les dábamos clases de cocina y de cultura, y a cambio de limpiar la parroquia recibían un vale para comprar alimentos. También les enseñamos a coser y gracias a ello podían vender lo que hacían para sacarse un dinero extra. Yo soy muy maniática con eso. No se puede decir «tú quédate ahí quietecito, que yo ya te doy de comer». A la gente hay que ayudarla a ser protagonista de su propia liberación. En Guinea Ecuatorial estuve sustituyendo a otras hermanas tres meses al año durante un tiempo y allí también enseñaba a coser. A mí me gusta mucho la labor de promoción. Tienen que ser ellos los que consigan y no yo la que les de.

-Hay quien opina que en la Cocina Económica no se debería cobrar.

-Durante el estado de alarma no cobrábamos nada, porque los que se dedican a la mendicidad no podían pedir, pero cuando terminó decidimos que era mejor cobrar. Pedimos cincuenta céntimos por la comida y también por la cena, pero el desayuno no lo cobramos. Hay gente que no lo entiende, pero creemos que hay que cobrar por la propia dignidad de la persona. Si yo voy con cincuenta céntimos, yo estoy pagando mi comida. Pago lo que me piden, pero lo pago. No estoy sintiéndome como un pedigüeño que va a que le den. Siempre duele, pero cuando uno no puede se lo apuntamos, y ese apunte ya sabemos dónde queda. Cuando el comedor estaba abierto y alguien no podía pagar establecimos una especie de colaboración. El que no podía, limpiaba una fila de sillas o pasaba unas mesas, aunque después lo fuese a limpiar una empleada. Si yo le estoy dando algo a alguien, lo perpetúo en la necesidad y no le hago ningún favor.

-¿Cómo ha sido el trabajo durante estos últimos meses?

-Ahora estamos dando entre 150 y 170 menús diarios, pero durante el estado de alarma llegamos a dar hasta 230. Ahora la gente se mueve más y algunas personas han encontrado trabajo. Últimamente hay más gente joven. A veces incluso tenemos estudiantes, sobre todo extranjeros, que vienen con unas becas que luego no les llegan. Cuando se van, te acaban dando las gracias y te dicen que de no ser por esta ayuda no habrían podido comer ni estudiar. Pero nuestro servicio no es solo dar de comer. No se trata de llenar estómagos, sino de alimentarlos. A mi por ejemplo me gusta mucho mezclarme entre ellos y escucharles. Recuerdo a una chica joven, de no más de 24 años, que me decía: «No sabe usted cuánto hace que yo no puedo hablar de mi intimidad con alguien». Uno necesita la comida, pero también cercanía. Apoyo y escucha. ¿Qué situación les lleva a la pobreza? Eso es lo que realmente sufren, lo que les duele.

Un comedor social que no para en ningún momento

Además de sor Alicia, otras dos hermanas de la Caridad y una empleada contrajeron el coronavirus. A causa del contagio, todas quedaron en cuarentena, pero la actividad de la Cocina no paró. «Contratamos a una empresa de cáterin para no dejar a nadie sin comida. Fue un gasto, pero lo importante era que nadie sufriera nuestras circunstancias», explica sor Alicia. Mientras se recuperaba, muchos usuarios dejaron cartas de apoyo y ánimo en el buzón de la Rúa Travesa. Junto a él, hay otro para donativos particulares, que según cuenta la directora del comedor «algunas veces lo recogemos con ciento y pico, y otras con trescientos y pico, por eso yo siempre digo que el pueblo de Santiago vive la Cocina como algo propio».

El comedor como tal todavía no ha vuelto abrir y ahora sirve para guardar cajas llenas de táperes de plástico. «Es un gasto muy importante, sobre todo porque hay días que necesitamos dos envases por menú. Ahora toda la comida tenemos que ponerla para llevar», indica. Este nuevo gasto se suma a otros muchos. Para la comida reciben ayuda del Banco de Alimentos, de supermercados —que ayudan con comida que va a caducar o con vales de compra—, de empresas o asociaciones, y también cuentan con subvenciones de la Xunta. Ahora mismo están esperando por una para comprar «una furgoneta, porque la nuestra va camino del desguace y la necesitamos para recoger alimentos», apunta. Con más o menos dificultades, la Cocina Económica consigue dar de comer a todo el mundo. Y lo hace como cualquier otro restaurante: con productos de calidad y unos menús variados. «Hubo un día que una pareja de turistas que pasaba por delante se confundió y nos pidió si les reservábamos una mesa», cuenta sor Alicia entre carcajadas.

Además de comedor, la Cocina Económica también tiene un centro de día que lleva cerrado desde hace meses. Allí trabajan dos profesionales que ayudan a los usuarios con la autoestima, la búsqueda de empleo o la resolución de conflictos. «También tenemos duchas, que mucha gente nos pregunta cuándo volveremos a abrir porque las necesitan. El problema es que ahora tendríamos que contratar a alguien para limpiarlas después de cada servicio y no sabemos cuándo será posible», concluye.