19 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La última noche del pasado año nos despedimos con el sonido de un saxofón. Los predicadores de Twitter se felicitaron por dar la bienvenida al año veinte, como si se abriese ante nosotros otra década dorada igual a la del pasado siglo. Después de las penurias vividas con la última crisis inmobiliaria, se abría ante nosotros otra época de excesos con todo su esplendor. Aquella noche sonó Duke Ellington y bebimos hasta bien entrada la madrugada pensando en el futuro mientras en realidad estábamos mirando al pasado. Como es lógico, nadie imaginó que acabaría cerrando el Derby y que la Orquesta Panorama, que es a los pueblos y sus verbenas lo que la Filarmónica a Viena, terminaría cancelando su gira estival.

A diferencia de lo ocurrido en el siglo XX, la Gran Depresión se nos ha adelantado diez años sin que nos haya dado tiempo siquiera a descorchar la primera botella. En el ecuador de este infausto 2020, me acuerdo de las lecciones que nos brindaron los genios de aquel tiempo añorado, como Francis Scott Fitzgerald. «Y ahí seguimos, navegando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado», escribió. Aunque algunos se afanan por alumbrar con sus linternas, todo es ahora tan incierto y oscuro, que quizá solo haya algo de luz mirando hacia atrás por el retrovisor lo más lejos posible.

Este 2020, que algunos dan ya por perdido, tal vez nos acabe dejando una última e impagable lección. Siempre estamos a la espera de lo que nos deparará el futuro, preocupados y expectantes, programándolo todo, y sin reparara en que, al final, la vida ya tiene sus propios planes, que tú no haces, y que acaban haciéndote a ti.