Moncho Lago: «Me flipó escuchar "Let it be" en un bar del Franco en 1970, a los 5 años»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Sandra Alonso

El cantante de Los Apóstoles acarició el éxito en los 90 y sigue pegado a su guitarra

02 mar 2020 . Actualizado a las 08:40 h.

Nombre. Moncho Lago (Santiago, 1965).

Profesión. Músico.

Rincón elegido. La plaza de Mazarelos, a unos metros de la casa familiar en la que nació, encima del antiguo restaurante Asesino. «Soy un tipo bastante apegado a mis circunstancias», dice.

La realidad siempre supera a la ficción y hasta suele adelantarse. Cuando Tom Hanks escribió a mediados de los 90 su primera película que después dirigió, ese mismo guion un poco menos edulcorado se estaba produciendo de verdad en Santiago. Los Apóstoles vivieron en esos mismos años algo parecido a lo que le sucedió a la banda protagonista del film, The Wonders, que nació y murió con un único éxito, That thing you do. En el paralelismo picheleiro ese tema sería Gatita zalamera, el bombazo de un grupo local que llegó a los primeros puestos de las listas nacionales en 1994 para perderse en el olvido unos meses después. 

«Removeré el mundo hasta lo más profundo que me lleven el hambre y la sed de una auténtica mujer...». Así empezaba la canción compuesta por Moncho Lago (Santiago, 1965) con la que traspasó brevemente la delgada línea que hay entre la gloria y la irrelevancia. Los Apóstoles fue su banda de madurez. Ya tenía 27 años, había acumulado conocimientos musicales y de composición y tuvo la suerte de congeniar con el batería Carlos Arévalo, Pájaro, así que solo le quedaba convencer para la causa a Juan Quintá, un gran melómano al que conoció jugando al billar en La Camelia y que consiguió aprender a tocar el bajo en cuatro meses.

De aquel trío queda el álbum Se buscan, una docena de temas de los cuales la mitad no pasarían hoy el corte de lo políticamente correcto, pero sobre todo, para Moncho hay una herida sin cerrar por lo que pudo haber sido y no fue. Sin acritud, y más de 25 años después, tiene el consuelo de saber que si se quedaron a las puertas del cielo no fue por falta de aptitudes musicales, sino por las dudas personales que hicieron desconfiar a los productores que los llevaron en volandas hasta los primeros puestos de Los 40 Principales en el curso de 1994. Desde la emisora de Santiago se habían implicado a fondo para lanzar al grupo y en los despachos de Madrid también gustaron. Todo estaba listo para firmar discos en la FNAC y para grabar un vídeo musical para Canal Plus, pero el destino se torció. «Vértigo» a dar el salto profesional es la palabra que define el chasco. «Aquello está superado y nos llevamos todos estupendamente», confirma el guitarrista y voz de un proyecto que revivió brevemente hace unos meses, para conmemorar con algunos conciertos el 25 aniversario de aquella aventura. «Funcionaron sorprendentemente bien», aunque no despertasen el furor del día de su estreno, recogido en La Voz un 7 de octubre de 1993. Fue en el desaparecido pub La Ofisina.

Antes y después de Los Apóstoles pasaron cosas. De hecho, nada de los anteriores párrafos se podría contar si Moncho no hubiera escuchado una canción en un bar del Franco, «el Telehuevo», en Fonseca, que después fue el Juventud. «Fue en 1970, tenía cinco años y me flipó escuchar Let it be». El casco histórico era su mundo. Estudio párvulos en As Orfas, y después pasó por las aulas de La Salle, donde se metió en la tuna para tocar la bandurria. Tardó poco en pedirle una guitarra a su padre, que cedió ante su insistencia. La canción de The Beatles se volvió a cruzar en su vida años más tarde, en A Quintana. Un hippie la tocó en las escaleras y él se quedó con las posturas. Cuando llegó a casa se sentó en la cama y no paró hasta que le salieron los acordes básicos.

 En la edad del gamberreo montó sus primeras bandas, y con una de ellas, Vía Oral, empezó a ser habitual de una TVG que necesitaba llenar horas de parrilla. «Solo nos pagaban los gastos de transporte, así que les decíamos que uno venía de Ribadeo y algo nos daban», recuerda entre risas.

«Las canciones del Compos quedaron curiosas, una era sobre Caneda y otra del día del ascenso»

Tras el fugaz éxito nacional de Los Apóstoles, el grupo siguió siendo una referencia local. De hecho, Santiago vivía cierta excitación en aquellos años marcados por los éxitos de la SD Compostela, y Moncho Lago se convirtió en la voz musical del club. Compuso ocho temas futboleros en los que hablaba del presidente Caneda, del entrenador Castro Santos, de las peñas y de todo lo que fueron aquellos años de gloria. «Quise acercarme a los gustos de todos los aficionados, así que metimos una ranchera y un pasodoble que quedaron curiosos, y hasta le dedicamos una canción al día del ascenso».

El furor musical, igual que el del balón, fue decayendo. «Nunca dejé de tocar. Lo sigo haciendo, en la intimidad, y estuve casi seis años en una orquesta, pero ya no pagaban como antes y me encontré a grandes profesionales tocando música de mierda».

Desde entonces hizo muchas cosas fuera de la música, desde gestionar los últimos años del negocio familiar -la mítica colchonería Artime, en Calderería- hasta explorar en la actualidad como camarero «la vida al otro lado de la barra» en otra cafetería no menos legendaria de la ciudad, el Zum Zum.

Sigue componiendo, aunque reconoce que hoy en día sería «un suicidio» editar su trabajo. No encaja «en esta decadencia musical, todo es pachanga y letras terribles». En España tiene sus «seis magníficos»: Radio Futura, El Último de la Fila, Nacha Pop, Gabinete Caligari y Golpes Bajos, «cinco de los 80. Y Los Brincos», añade. Él está convencido de que aún tiene tiempo «de hacer cosas, pero hay que encontrar el momento y la tesitura». Y advierte: «Yo, con tiempo, soy un peligro».