javier g. sobrado
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i. g.
Enciclopedias, radio, televisión, correspondencia, tiendas, restaurantes, trámites administrativos o el periódico. Son algunas de las cosas a las que actualmente cada vez más gente accede a través de la Red, por no nombrar a las muchas, como es el caso de las redes sociales, que han aparecido gracias a ella. Internet es, probablemente, la característica definitoria del siglo XXI.
En el casco histórico de Santiago, ciudad patrimonio de la humanidad, la mayor parte de los vecinos, comerciantes y demás empresarios, disponen de una infraestructura anticuada para el soporte de una buena conexión a la Red. Se trata del cable de cobre, el mismo que un día sirvió de sustento a las líneas telefónicas de la zona monumental, es hoy el que lleva Internet a un gran número de lugares del casco. Muchas personas sobreviven con este tipo de conexión, que en determinadas situaciones puede llegar a ofrecer velocidades de descarga por encima de los 20 Mbps, pero no es el caso. Los cables de cobre conllevan una serie de problemas. Son vulnerables ante interferencias electromagnéticas, así como a sobrecargas a razón de un exceso en el número de conexiones; además, todo varía en función de la distancia a la central telefónica y del diámetro y calidad del cable, lo que provoca que, en la gran mayoría de las ocasiones, la velocidad de bajada en la zona vieja sea inferior a los 3 Mbps. Esto dificulta enormemente el uso de la Red, sobre todo cuando esta tiene que suministrar a varios terminales.