Profesionalidad

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

28 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Al menos una vez por semana compro en un gran centro comercial de Santiago. Algo que intento equilibrar abriendo la cartera también en Sigüeiro y en el Ensanche; la zona vieja compostelana me queda a desmano. Pero ir a ese centro comercial es muy cómodo, y sobre todo el aparcar: llegar, coger, pagar y marchar.

Pero hay cosas que no me gustan. Aprovechando que tiene nueva directora -llamémosle C- y que desembarcará con ganas, le interesará conocer opiniones y ver pequeños defectos para corregirlos y mejorar el servicio al cliente y, como es humano, dejar su impronta en una buena gestión (si ambas cosas no se hubieran dado en la historia, viviríamos en las cavernas), pues le escribí una luenga carta que, lo confieso, se la mandé sin sello y vía mail.

La sorpresa es que se lo ha tomado con gran profesionalidad: cliente no satisfecho, cliente al que hay que llamar para retenerlo o, si fuera el caso (que no lo es), recuperarlo. Así que me llamó. Grata conversación, asunción de errores como si fueran suyos personales, innecesaria petición de disculpas que la honra e invitación mía a tomar un té un día. O sea, muestra bidireccional de buena educación básica.

Y al acabar la conversación no pude menos que reflexionar cuántos clientes no se ganarían con amabilidad y una sonrisa. Porque ya sé que no es muy popular decirlo, pero en el pequeño comercio la sonrisa se cotiza cara. En general, por supuesto, no en este o aquel. La tarta en Santiago es lo suficientemente grande para que a nadie le falte comida en el plato. Se trata de engordarla aún más equilibrando las medidas de corte político con el aporte personal. Y en este último capítulo, esa directora se merece una medalla.