Una de vaqueros

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi SANTIAGO

SANTIAGO

ALBERTO LÓPEZ

22 ene 2020 . Actualizado a las 11:12 h.

Tengo un pariente que se murió dos veces en una misma semana, y de repente, como de la nada, apareció un viernes sentado en la silla, saboreando una compota de manzana. Estaba ahí, tan tranquilo, relamiendo su cucharilla, igual que un niño que acaba de merendar. En los hospitales, a veces, también se muere de broma, como en las pelis, y luego se regresa poco a poco a la vida. Muchos enfermos de la cuarta planta del Clínico recién operados llevan un gotero y caminan con dificultad, cogidos de la mano o del hombro de algún pariente, como si fuesen soldados heridos que regresan al fuerte.

Los hospitales también son un lugar para la ficción. Conocí a un paciente ingresado que se pasaba las tardes viendo un canal que solo emitía películas de indios y vaqueros. Luego salía a caminar un poco, del brazo de su acompañante, y después de que le trajesen la cena, se zampaba otro wéstern. Y así un día tras otro.

Una mañana, mientras dejaba pasar el tiempo, me acerqué a la ventana exterior del pasillo. Vi que salía de su habitación y nos saludamos. Entonces me acordé de John Ford, maestro del género, que aborrecía los guiones largos y llenos de páginas, y prefería anchas llanuras y caballos al galope. Desde lo alto de la cuarta planta del Clínico pude contemplar la zona rural del sur de Santiago, que se extendía generosa en una fría y soleada mañana. Me fijé en un punto lejano, desde donde salía una espesa columna de humo. En el lenguaje de los siux, las nubes negras significaban desgracia o derrota, pero este era un humo blanco, el símbolo de la felicidad y de la paz, pero también la señal de la victoria.