Ruinas públicas

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

22 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay episodios, en ocasiones trágicos, que ponen en evidencia las debilidades de la gestión de una ciudad. Más aún si es una ciudad, como Santiago, que se enorgullece de esmerarse en el cuidado de su patrimonio. Y si ese acontecer le cuesta la vida a un vecino, el episodio debe tener una consecuencia inapelable: hasta aquí hemos llegado. Algo está fallando estrepitosamente cuando se producen no uno, sino una cadena de derrumbamientos al paso de borrascas, aunque estas sean más frecuentes de lo habitual en una ciudad, por otra parte, acostumbrada a convivir con la lluvia.

La conclusión parece clara: mientras las administraciones públicas invierten una millonada de euros en acicalar los monumentos para que el escaparate patrimonio de la humanidad luzca resplandeciente, el patrimonio de la vida cotidiana, ese que patean cada día los vecinos y quienes nos visitan, se nos viene abajo por una clamorosa falta de atención, por una escasa, por no decir inexistente, inversión en su mantenimiento. Y esto no es de ahora, sino que podemos remontarnos varios años atrás.

Estuvo a punto de ocurrir una tragedia en noviembre con la caída de un roble centenario de la carballeira de San Lourenzo sobre una universitaria. Una carballeira que es oficialmente «senlleira» pero que a este paso se quedará sin árboles porque no se hace nada por atacar la debilidad de sus monumentales especies. Volvió a estar a punto este mes en O Pombal al desmoronarse parte del talud de la Alameda; milagrosamente nadie pasaba por la acera en ese momento. Y ocurrió este jueves, cuando se derrumbó el muro del parque de Bonaval sobre Salvador Piñón, quien, como tantas otras tardes, subía la Costiña do Monte hacia su piso de la rúa Teo. Los tres casos, por cierto, originados en propiedades municipales. Que se revise todo lo que amenaza ruina, lo público y lo privado, pero el Concello debe empezar por apuntalarse a sí mismo.