«Me gusta hacerme mayor, siempre quise parecerme a un señor, aunque no lo soy para nada»

La Voz

SANTIAGO

02 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizás el mejor papel que interpretó en su vida fue el de hijo, sobre todo en los últimos años. Desde que se estableció en Santiago, su madre viajaba desde Argentina para pasar con él seis meses al año. «Un día le dio un infarto de miocardio; se recuperó, pero se inventó que no podía viajar, y se quedó». Murió a los 88 años. «Y creo que fue feliz aquí, ella también encontró en Santiago su lugar en el mundo. Vivió cuidada y mimada y hasta la empujé para que hiciese teatro ella también. Falleció tranquila; para ella fue una muerte buena, pero no para mí, porque el texto de ese papel no me lo había estudiado. Tuvo un funeral maravilloso. No hay día que no me acuerde de ella». Echando mano de los recuerdos de Dolores y de los bosques con cigarras y olor a tomillo que ella rememoraba de los paisajes de Cadolive donde había conocido a su marido, Roberto localizó en Marsella los exteriores ideales para la última escena de la película de su madre. «Curiosamente, se llamaba Chemin de Galice, y allí dejé sus cenizas». Y ni quiere ni puede cerrar este episodio de su vida sin agradecer la ayuda de los médicos y del personal que atendió a su vieja. «Tenemos una unidad de cardiología de primera y una magnífica seguridad social en Compostela».

Ni quiere jubilarse ni ocultar sus arrugas ni disimular el paso del tiempo, que se puso de su parte. «Me gusta hacerme mayor, siempre quise parecerme a un señor, aunque no lo soy para nada». Por eso, mientras saborea un café en el Suso, su rincón, no se le ocurre mucho más que pedirle a la vida. «Que me sigan llamando, para lo que sea». Porque el telón se abre cada mañana en el teatro de la vida.