Un policía

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

25 oct 2019 . Actualizado a las 09:15 h.

En estos tiempos convulsos, la perversión del lenguaje avanza imparable y se propaga como un virus que acaba infectándolo todo. Pensé en esto el otro día, mientras tomaba un café a primera hora en el centro de Santiago y echaba un vistazo al móvil. Al abrir uno de los mensajes en las redes sociales, vi que había gente defendiendo que España era un Estado fascista. Sí, como lo leen. Seguramente, muchos de los que escriben eso no tienen ni idea de lo que fue el fascismo. Si viviésemos bajo el yugo de un Estado fascista, como proclaman algunos, todas esas personas que utilizan alegremente el lema en Twitter se iban a enterar de lo que vale un peine.

No tendrían más que preguntarle a algunos de sus familiares, a los que lo sufrieron de verdad: a los que no podían hablar, ni reunirse, a los que iban a buscar a sus casas por la noche y luego los encerraban y torturaban cruel y despiadadamente para que delatasen a sus compañeros. Si viviésemos en un Estado fascista, no habrían podido manifestarse pacíficamente los miles de independentistas que llenaron el otro día las calles de Barcelona. Defendí y defiendo la celebración de una consulta pactada en Cataluña, de forma que el debate se sitúe en los pros y los contras de una secesión, y no en dónde nunca debió de estar. Es decir, en si se puede o no se puede votar, un dilema que choca frontalmente con la elemental lógica democrática. Antes de dejar la cafetería, leí en el móvil que un joven se refería a los cuerpos de seguridad como una policía fascista. Cuando salí a la calle, me encontré con un agente uniformado, pero estaba ordenando el tráfico.