Mucho asfalto en una ruta que ofrece maravillosos tramos de tierra y bosques

cristóbal ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CRISTOBAL RAMIREZ

La Prolongación a Fisterra y Muxía es una peregrinación pagana desde mucho antes de que existiera el Camino de Santiago

18 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

No puede comenzar mejor la llamada Prolongación a Fisterra y Muxía, con independencia de las regueifas tan encantadoramente locales que han tenido (¿las siguen teniendo?) los alcaldes de ambas localidades a cuenta de dónde remata en realidad el Camino. O el falso camino, puesto que se trata de una peregrinación pagana «desde mucho antes de que existiera el Camino de Santiago», en palabras del investigador Manuel Rodríguez, un lucense peso pesado cuando se habla del fenómeno jacobeo. Pero sí, que el Camino de Santiago acaba en la catedral compostelana entra en la categoría de indiscutible.

En efecto, la jornada no puede comenzar mejor: se desciende desde el Obradoiro (hoy lugar de recepción de los peregrinos, que no ayer) y se baja por la preciosa calle Hortas, para prolongarse hasta la carballeira de San Lourenzo, hollada ya por Carlos I cuando hace 499 años convocó allí unas Cortes: el tiro le salió por la culata, pero esa es otra historia. San Lourenzo, a menos de 90 kilómetros del destino, no muestra su mejor cara, el abandono se ha apoderado del entorno y necesita un repaso global y a fondo.

La bajada entre muy grandes muros a partir de ahí es grata, puente incluido, y con tierra a los pocos metros de este. Todo apunta a que espera una jornada agradable, con sombra, por parajes naturales. Una vez que acaba ese tramo por bosque y con subida, y con un final esplendoroso porque el sitio es de sobresaliente, el peregrino va a entrar en una zona de viviendas unifamiliares. Unas gustarán, otras no, pero el feísmo queda reducido a su mínima expresión, y no entra para nada en los núcleos de Villestro (km 85,935).

Zigzag aquí y allá, un tramo de tierra rodeando unas instalaciones equinas, más asfalto, más tierra, un campo de fútbol al frente (km 83,091), un puente histórico muy mutilado por arriba con un área de descanso llena de desperdicios, un ascenso continuado que remata en el km 81,971 para ganar al fin la carretera a la altura de Ventosa (km 81,704), donde abre sus puertas un bar que da comidas (abundantes, por cierto) y en el que todo el mundo para. Eso sí, hay que cruzar la carretera, y volver a hacerlo una vez que se termina el yantar o la bebida. Y eso tiene su riesgo.

Demasiada carretera insulsa

El tramo siguiente es, simplemente, para llorar. Se trata de ir por una carretera insulsa que, por suerte, cuenta con acera. Cierto es que en un punto describe un arco (km 81,109), y más adelante otro en sentido contrario, pero lo único que se consigue así es prolongar unos metros más el camino, porque belleza o encanto, ni un gramo aportan.

Tras ese pequeño calvario se llega al puente de Augapesada. Curioso: acaba en una alambrada. Y es que la vía romana-medieval ya no existe, desapareció, el asfalto va por otro lado, y el puente se ha transformado en un elemento decorativo en el cual, si hay que hacer caso de la experiencia personal, nadie se detiene.

Unos metros más adelante (km 78,706) comienza un duro, muy duro, ascenso que, aunque procede tomarlo con mucha calma y varias paradas, aleja el mal sabor de boca del asfalto: es maravilloso. Incluso se han instalado varios bancos para que los caminantes cojan aliento, y las zonas empedradas ayudan a que las botas se agarren y su portador no resbale. Magnífico.

Pero lo bueno se acaba: ese tramo va a dar a la carretera (km 77,433), que sigue subiendo, aunque ofrece una fuente de agua muy fresquita donde sucede lo contrario que en el puente romano-medieval: todo el mundo para (km 76,798).

El Ayuntamiento de Ames ha limpiado recientemente las cunetas y la vegetación que las invadía, pero ni así puede humanizar los largos kilómetros de insulso y peligroso asfalto -ni siquiera aceras hay- que van a conducir, primero en llano y luego en descenso, a esa gran maravilla que es el puente de Ponte Maceira y su conjunto, restaurante, cruceiro, capilla de San Blas, molinos, caneiro y pazo incluidos. Si algún lugar se merece la matrícula de honor en la Prolongación a Fisterra y a Muxía, este es. Maravilla que se prolonga por la ribera del Tambre en un sendero que luego se apartará de la corriente para ir a entrar en la urbanísticamente destrozada Negreira por A Chancela. O sea, por puro y largo asfalto otra vez. Quienes pernoctan en el albergue público quedan con buen sabor de boca: está al lado de una típica iglesia del mundo rural gallego y un notable cruceiro.

Cara y cruz desde Negreira

A partir de ahí el camino va a ser o bien magnífico o bien horrible. No hay términos medios. Porque los tramos de carretera, sin acera, son criminales, valga la expresión. Y muy peligrosos. Y los tramos de tierra, apartados del asfalto, se merecen un sobresaliente. La salida del albergue pertenece a la segunda categoría, porque va a invitar a meterse por el medio de un bosque denso, con muchísima sombra, excepcional. Zas (a 66,134 km de Fisterra), sin embargo, deja mucho que desear, a lo que sigue otro tramo muy largo de tierra que, al final, desembocará en el Alto da Pena, con los eólicos casi al mismo nivel, tierras frías y duras en las cuales todavía se cuentan historias de la gran represión que siguió a la guerra de 1936, magníficamente recogidas por el historiador local Amancio Liñares.

Acercándose al concello de Mazaricos, otros dos tramos de asfalto ponen los pelos de punta. Carretera pura por la que se convierte en una arriesgada odisea caminar en días de niebla. La penúltima aldea, Vilaserío, era en el Xacobeo 2010 un lugar triste. Hoy, todas las tardes, tiene vida, mucha vida, la que le dan los peregrinos que descansan en los dos albergues. Uno de aquellos, Erik, de Suecia, que ha hecho el Camino Inglés y decidió continuar hasta Fisterra («No sé qué es Muxía»), lo resume: «Uno cree estar en el paraíso, y de repente te mandan a la carretera y te pasa un camión a medio metro».

Algún punto negro, pero en general hay un muy alto nivel de limpieza

Y eso sí, al igual que sucede en otras rutas ligadas al fenómeno jacobeo, esta se muestra impoluta con una excepción: en los contenedores del Concello de Ames, a las 3 de la tarde y con calor, la basura acumulada despide un olor nauseabundo, y sus inmediatos alrededores están llenos de desperdicios. Fuera de algunos puntos muy concretos de este municipio, no se ve ni un papel, ni un plástico en el suelo con la excepción de un área recreativa. Los peregrinos que por aquí andan muestran su civismo; el concello mencionado debe mostrar más diligencia. Y los vecinos, más respeto por los horarios para depositar las basuras, que en dos ocasiones otros tantos ciudadanos fueron pillados por el cronista dejando en los contenedores bolsas de desperdicios fuera de horas. Pero ya se sabe: aquí cada uno tiene sus normas, y las de la colectividad le traen al pairo. Aunque, de nuevo, esa es otra historia.