Demasiado asfalto, pistas estrechas y distintas opciones de entrada en Santiago

Cristóbal ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Patrimonio optó por dejar que sea el propio peregrino el que decida si accede a la ciudad por el barrio de Santa Marta o por Conxo

16 jul 2019 . Actualizado a las 00:01 h.

Atrás han quedado los impresionantes tres kilómetros que dan acceso a Valga, en la provincia de Pontevedra. Sin duda, los mejores de un Camino Portugués en ascenso gracias a esa variante meramente turística -que no histórica- por la costa desde A Guarda a Redondela. Y con esa imagen idílica en los ojos, el peregrino cruza el Ulla y entra en el municipio de Padrón. Un cambio total de paisaje, porque lo primero que se encuentra es un área de descanso olvidada de la mano de Dios y una pista con medio paso de cebra que lleva a una plazuela cualquier cosa menos bonita.

Padrón, en efecto, está a un cuarto de hora, pero durante varios cientos de metros no queda otro remedio que circular por una pista muy estrecha en la cual, por suerte, no abundan los coches. Y es que no hay sitio para vehículo y caminantes.

Y esas son las dos características del Camino Portugués en lo que falta hasta Compostela: asfalto (o cemento) y estrecheces. Del primero se quejan numerosos peregrinos, aunque un grupo de cuatro jubiladas estadounidenses y una canadiense se lo toman con filosofía: «A nosotras nos da igual llegar un día u otro, vamos viendo el paisaje y nos interesan mucho los olores, de manera que no nos importa que haya asfalto, aunque en algunas partes sí es peligroso».

Silvia es la albergueira de Faramello desde hace un par de años. Mujer joven y tan competente en lo suyo como cordial con quienes allí pernoctan («Aínda que a veces ven algún ao que hai que recordarlle as regras»), comienza diciendo que este año se nota más movimiento en el Camino que el pasado, «sobre todo alemanes», y añade que, en efecto, «con moita educación son bastantes os que deixan caer que apenas hai piso de terra». Y añade rápidamente: «Pero máis ca iso lle molesta que non haxa beirarrúas, e os coches pásanlles moi cerca».

En cualquier caso Padrón necesita un lifting para potenciar su imagen ante el peregrino, y con su enorme bagaje histórico y artístico resulta difícil entender por qué no es, como mínimo, un segundo Allariz. Pero a partir de ahí el patrimonio construido no abunda, sobre todo las obras consideradas de arte popular.

Espera impertérrito, claro, ese gran monumento que es la iglesia de Iria Flavia, bordeada por atrás por la ruta jacobea en forma de pista que -otra más- de ninguna manera recibiría el aprobado estético. Pero aparte el templo, la siguiente obra es un lavadero seco, frente a un miniparque infantil abandonado.

Por el arcén o al lado de la N-550

Una hora después de haber entrado en la provincia coruñesa el peregrino se encuentra andando por el arcén de la N-550 y salvando una rotonda carente de paso de cebra o semáforo. Por suerte, 300 metros más adelante se mete a la izquierda y va a ir en paralelo a la carretera. Del mal, el menos. Además, las viviendas unifamiliares se ven cuidadas y con jardines. No resulta ingrata la vista. De hecho, en ese paraje todo el mundo se detiene. Y lo hace en el precioso lavadero de Tarrío, antesala de dos templos de notable alto: A Escravitude y el románico de As Cruces.

Algo cambia a partir de ahí. Si hasta ahora el terreno era plano, aparece ante los ojos una cuesta ascendente y empinada. Y arriba, al fin, un precioso tramo de tierra. También Angueira de Suso resulta agradable, con alguna casa muy meritoria y un impecable lavadero con fuente. El mojón 16.390 avisa de que de nuevo se pisa la N-550, a la altura de su kilómetro 75, y que una vez más procede cruzar una rotonda sin paso de cebra. Y muy poco después, una gratísima sorpresa, un antiguo camino empedrado en parte, de origen tan incierto como incluso medieval, se convierte en un lujo. Lástima que sea tan corto. Con buena vista comercial, dos negocios abren sus puertas cuando remata, ya en Faramello, a cuatro horas de la Catedral.

Cambio para bien en Milladoiro

Quinientos metros más allá hay un panel que debe convertirse en ejemplo: limpio, grande, bonito, claro, orientador. Se refiere solo al concello de Teo, pero harían bien el resto de los que jalonan la ruta en copiar el modelo. Hasta anima verlo. Tanto como desanima comprobar el estado, cada vez más degradado, de la que debía ser una de las carballeiras más interesantes de Galicia, la de Parada de Francos, con su excepcional cruceiro, su antigua unitaria, su más que notable casa de turismo rural y sus carteles pidiendo un municipio limpio y sin la amenaza de la mina de Casalonga. El Camino Portugués va a ir en paralelo a la N-550 y gana mucho con relación a la primera parte, porque hay pistas de tierra y pequeños bosquetes.

Si en el anterior año santo pasar por Milladoiro era llorar, el cambio ha sido espectacular y para bien. Es un paraje urbano, pero de espacios amplios, con aceras anchas. Cómodo. Y remata con una pista de tierra de notable que va a llevar a la periferia de Santiago. Y nueva y grata sorpresa: nada de meterse por la zona del hospital, como sucedía antes. Ahora un precioso túnel de árboles de cerca de un kilómetro lleva hasta un punto donde la Dirección Xeral de Patrimonio adoptó una decisión salomónica: el peregrino elige si ir por Santa Marta o por Conxo, después de numerosas y muy justificadas razones de este último barrio, que puede presumir del paso de una reina (la rainha Isabel, de Portugal). Curioso: la mayoría de los peregrinos eligen Santa Marta. Durante una hora fueron más de una veintena, mientras solo una pareja prefirió el ramal de Conxo. ¿La razón? Llegando a Santiago todo el mundo va con el GPS en la mano. Y este anima a cruzar ese barrio nuevo.

Una ruta muy limpia

En el 2018 la Xunta dejó la señalización del Camino Portugués lista para la matrícula de honor, aunque no la consiguió. Procede rebajar algo la nota porque la entrada a Santiago es confusa. El peregrino ya no se puede perder, todo lo más dar alguna vuelta innecesaria, pero en Conxo faltan señales en bastantes cruces, aunque sí hay un mojón a la entrada de la zona nueva. En general, el Portugués se ve bastante más limpio que algún otro. Dos bolsas en Milladoiro, colgando de sendos árboles, animan a dejar allí la basura. Buena solución, aunque antiestética.