Ilimitada

Tamara Montero CUATRO VERDADES

SANTIAGO

08 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Traspasa fronteras. Existe desde el principio de los tiempos, cuando este todo era una amalgama de muchísima nada. Sobrevive a pesar de todo. Nunca hemos conseguido exterminarla. Es eterna, perenne, intergeneracional, sistémica, universal, inconmensurable. Jamás se apaga. Si hay algo certero en esta vida, no es la muerte. Es la estupidez humana. Infinita, desafiante, arrolladora, aparece en cualquier momento para dejar constancia. Existe. Nunca se cansa. Tanto sirve para robar unas gafas de sol cuando estás en libertad provisional e intentar atropellar a dos guardias, como para sacar el rotulador y hacerte el chistoso pintarrajeándole bigotes a un relieve que es patrimonio de la humanidad porque sí, porque me atrevo, que soy muy valiente, que me hace gracia.

Estupidez humana. La que ha llevado a alguien a atentar contra lo que también es suyo subiéndonos a las mejillas el color carmesí de la vergüenza ajena. Hasta David, que jamás suelta la viola, apartó, abochornado, la mirada. Ay, la estupidez humana. Atentar contra la riqueza de todos garabateando Kiss en una columna milenaria. Saltar desde el balcón del hotel a la piscina, pisar a fondo el acelerador después de haberte tomado cuatro copas, o ir a estrechar manos y dar abrazos después de haber agitado la bandera del miedo. De inventarse las cifras. Después de haber gritado efecto llamada. Pintarle bigotes a un relieve de la fachada de Praterías. Ser completamente idiota. Prenderle fuego a tu propia casa. Otro zoquete más que lo ha demostrado de nuevo. Solo hay una cosa cierta en la vida. Que la estupidez humana existe. Y además, es ilimitada.