Secretos revelados que la historia ya sabía

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Atrios medievales, misterios de alcurnia, crímenes dentro y fuera de escena... La esencia de Santiago resumida en una calle

30 abr 2018 . Actualizado a las 11:34 h.

Quedan pocos, pero ellos ya lo sabían. Sabían qué notas olvidadas sonaban en el piano del pazo de Ramirás; sabían qué había de cierto y cuánto de leyenda en el asesinato del arzobispo Suero Gómez de Toledo en la Casa da Balconada; sabían que los decorados del Teatro Principal se tiñeron en el 36 de la sangre de su diseñador, Camilo Díaz Baliño, padre de Isaac Díaz Pardo; sabían que las gárgolas del pazo de Pedrosa guardaban los secretos de los ilustres huéspedes del Hotel España, y que en el pazo de los Condes de Santa Cruz estalló la primera carta bomba de la historia. Por eso les causó hilaridad ver publicado en los periódicos, hace dos años, que en la iglesia de Santa María de Salomé y sus calles aledañas se había descubierto un claustro gótico. Ellos, los vecinos de la Rúa Nova de toda la vida, los que crecieron allí cuando de verdad era un barrio, ya lo sabían. A fin de cuentas calentaban el cuerpo en el chocolate que hervía entre los envejecidos arcos de la cocina de Los porches.

Lo sabía Arturo, por ejemplo, que se crio golpeando con su balón las losas centenarias que separaban el bar de sus padres, el Venezuela, del atrio de la iglesia de Santa María de Salomé. «Una de mis hermanas nació en la cocina -recuerda-. Mi madre estaba trabajando y no le dio tiempo a más, dio a luz allí». Creció charlando con los parroquianos de Salomé, con los clientes de sus padres que llegaban con el bono para comer y con el señor Abelardo, que tenía un quiosco «donde se intercambiaban novelas de vaqueros y de amor». Era otro el barrio. «No tiene nada que ver, ahora es un parque temático», sentencia.

Y eso que algunos se esmeran por mantener las esencias. Si la Rúa do Vilar era la calle de las librerías y de los galenos, la Rúa Nova lo era del teatro y de los artesanos. Teatro todavía queda. Se ha hecho un esfuerzo por mantener la cartelera del Principal y por recuperar el Salón Teatro. Y en cuanto a los plateros, los azabacheros y los artesanos, la mayoría ya no están, pero quedan firmas reconocidas como Sargadelos o Amboa para aferrarse a las esencias. Y tiendas clásicas de paño, como la sastrería Pepecillo, que al traspasar su umbral obligaría a retroceder varias décadas de no ser por la simpatía de Sole y de Ismael, que se mantiene más allá de los tiempos. El comercio lo estrenó el padre de Ismael en 1923 en la Rúa da San Pedro, y por aquel entonces, se confeccionaban 16 trajes a la semana.

Todavía mantienen clientes de aquella época. «Vinieron los padres que se hicieron los trajes de las milicias y luego sus hijos a hacerse los de la primera comunión», asegura el hijo del fundador. Y es que todavía quedan ocasiones en las que vale la pena ir bien vestido. «Un buen traje se necesita, pero ahora hay muchas opciones. Claro, que por precio te quitan un cliente, pero por calidad, no», reitera Sole. Y la calidad es la marca de la casa.

Vetusta podría ser el nombre de la calle y Vetusta es el nombre de la librería de segunda mano que Quini y su marido empezaron a regentar en los noventa y que ahora ella está a punto de cerrar. Hay liquidación y descuentos muy importantes, así que vale la pena pasarse por allí. Como en la sastrería Pepecillo, el ambiente da un salto en el tiempo y se sitúa, por ejemplo, en la época de los libros que expone en el escaparate y que versan sobre el origen de la democracia española. «Esto en realidad no da ni para comer. Es algo que a mí me gusta, y como en estos momentos no tengo otra cosa que hacer, pues aquí sigo», dice. Hasta agotar existencias. Eran otros los tiempos cuando entraban con maletas llenas de libros que su marido tasaba. «Volvían al día siguiente y, si estaban de acuerdo con el precio, se los comprábamos. Y si no, se los llevaban de nuevo».

Hippies quedan pocos, y los que hay, envejecieron, como la calle. Siempre frente a la Tita. Y fue hasta allí, siguiendo el olor de la tortilla, hasta donde tuvo que llegar Moha, procedente del otro lado del Estrecho, para descubrir que la Rúa Nova tenía futuro. Lo hizo de la mano de Tina, la artífice de sus tortillas. Primero en la Tita y ahora en el Moha, que era el Venezuela de los padres de Arturo. El secreto de la tortilla no lo sabían los vecinos de toda la vida.