Trescientos euros al mes para dar de comer a siete bocas, y otra en camino

Susana Luaña Louzao
susana luaña LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Nubia solo quiere trabajar para sacar adelante a los suyos, como hizo siempre, pero tiene 42 años y ya no la contratan

17 ene 2018 . Actualizado a las 09:22 h.

Las lágrimas brotan de su cansado rostro cada dos por tres. Y es que Nubia, pese a una vida difícil, pese a haber visto emigrar a su madre indocumentada, pese a quedarse viuda y sola con cinco hijos en Colombia, pese a traerlos a España y a sumar otros dos a la prole, pese a tener que sacar a los siete ella sola adelante, siempre se las apañó. Trabajó de empleada del hogar, de niñera, atendiendo a personas mayores y a discapacitados, de ayudante de cocina, de dependienta y lo que hiciese falta. Así hasta el 2013, cuando se quedó sin trabajo y ya no volvió a encontrarlo.

Desde entonces cayó en un precipicio en cuyo fondo tomó tierra el pasado mes de noviembre, cuando le comunicaron la suspensión temporal de la Risga que percibía de 530 euros. Desde entonces, toda la familia malvive con una pensión de la abuela, que de sus 300 euros aporta 200 para comer ella, Nubia, cuatro de sus hijos que viven en la casa familiar y la pareja de una hija, que tampoco tiene trabajo. La joven está embarazada, así que una boca más está en camino.

La llamada renta de inclusión social se la aprobaron poco después de quedarse en el paro, y con eso y con los paquetes de comida que le daban en San Vicente de Paúl, iba tirando. Hasta que cometió dos errores. Y ella los admite: «Por una parte se vino a vivir mi madre conmigo, que tiene una pensión contributiva de 300 euros, y por otra, durante tres meses mi hija tuvo un trabajo de media jornada. Me dijeron que era incompatible con la Risga, y por eso, y por no ir a uno de los cursos, me quitan la ayuda por seis meses, y cuando vuelva a cobrarla van a ser solo 188 euros, porque me van a quitar lo que cobré en ese tiempo en que mi hija trabajó y mi madre ya estaba en casa». También en la congregación religiosa le suspendieron las ayudas hasta el mes de abril. «En diciembre estuve enferma, porque sufro crisis parciales de doble personalidad, y no pude ir a buscar los alimentos, entonces me suspendieron la ayuda», asegura. En cuanto a los cursos a los que tenía que ir siempre que le llamaban por cobrar la renta, asegura que fue cuando pudo, y que cuando no, les avisó. «Pero ¿cómo voy a ir ahora? Si necesito dar de comer a mi familia, ¿cómo voy a estar pensando en cursos de formación?». Asistió a uno de atención a mayores en un centro de día, «pero diez días antes de acabar me tuve que ir a Lanzarote a buscar a mi hijo, que había sufrido un accidente. No me dieron el título», se lamenta.

Dice que tampoco es su intención vivir de las ayudas. «La asistenta social ya me dijo que me tenía que atener a las consecuencias. Ahora ya sé cuáles son las consecuencias».

Las deudas se acumulan

Dos meses sin ingresos sumados a las estrecheces que venían de atrás dan como resultado números rojos. Nubia debe los recibos del agua, del gas, de la luz -la deuda es de 777 euros- y tres meses de alquiler. «El dueño del piso ya me avisó que si no ingreso antes del día 19 iba a hablar con su abogado». Y ella no quiere dejar el piso en el que está. «Detrás hay una huerta y cultivo de todo y tengo gallinas y conejos. Además, aquí estamos tranquilos, antes vivía en Romero Donallo y tuve que denunciar al presidente de la comunidad de vecinos por racismo. Gané yo».

«Toda la vida luchando y, cuando dejo el currículo, lo único que me preguntan es la edad que tengo»

Nubia no echa balones fuera sobre las razones personales que le llevaron a esa situación. Pero como madre luchadora que es, su única meta es sacar a su familia adelante, y para eso necesita un trabajo. Se levanta todas las mañanas, lleva al más pequeño de sus hijos, que solo tiene 9 años, a la parada del bus que lo lleva al colegio, y se deja las suelas de sus zapatos pateando Santiago para entregar currículos. Pero la respuesta es siempre la misma. «Toda la vida luchando y, cuando dejo el currículo, lo único que me preguntan es la edad que tengo». Y no entiende que con solo 42 años y con su experiencia, ya no haya un puesto de trabajo para ella. «Solo quieren a chicas de 18 a 25 años, cuando somos las que necesitamos el trabajo para dar de comer a nuestros hijos las que estamos más interesadas en trabajar y en hacerlo bien, por necesidad».

En estos días de desesperación solo le salió una oferta que tuvo que rechazar. «De nueve de la mañana a once de la noche en una panadería cobrando 700 euros y cotizando por media jornada. Lógicamente dije que no. Si no luchamos para que no abusen de nosotras....». Y sentencia: «Solo le pido a quienes mandan que me den una oportunidad, un trabajo digno, no quiero prostituirme... Sería la salida más fácil, pero te deja marcada para el resto de tus días. Que no me cierren más puertas, por favor». Y las lágrimas surcan su rostro, otra vez.