«Santiago é un bo sitio para volver»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Regresó de Suiza y eligió la capital para vivir por su mezcla «entre aldea e cidade»

11 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Nombre. Manuel Domínguez Rial (Cambados, 1946).

Profesión. Mecánico jubilado.

Rincón elegido. La rúa de San Pedro. En este entorno discurre su vida desde que se asentó en Compostela, cerca de Belvís.

A Manuel Domínguez le sorprende que La Voz le llame para protagonizar una sección denominada Compostelanos en su rincón. Honesto, se lanza a aclarar de primeras que él nació en Cambados, y que antes de ser mayor de edad se fue treinta años como emigrante, que repartió entre Bilbao, siete, y Ginebra, 23. Desde el cantón suizo regresó a su querida Galicia a mediados de los 90, y ahí está precisamente el mérito que no tienen muchos picheleiros: que unos nacieron aquí por decisión ajena y no necesitan más motivos para querer a su ciudad, mientras que Manuel escogió Santiago junto a su mujer y a sus dos hijos, que tenían 14 y 19 años, y que querían volver a sentirse tan gallegos como cualquier familia de la Rúa do Vilar.

En Compostela encontró el equilibrio que buscaba. «É un bo sitio para volver, porque o seu tamaño está a medio camiño entre unha aldea e a cidade». De esa urbe universal que todo el mundo decía que era Santiago leyó mucho en los libros de historia. Pero también hay una explicación menos romántica y más práctica a su elección: «A miña muller é de Curtis e eu de Cambados, así que isto quedaba tamén a medio camiño», explica. «Isto» es, sobre todo, la rúa Campo de Santo Antonio, Belvís, San Pedro o la rúa do Home Santo, que es el entorno que escogieron para vivir y donde está ubicada la asociación Marusía, de emigrantes retornados.

Domínguez habla con pasión de Galicia. Cree en su potencial hasta el punto de que no encuentra motivos para que esta tierra no sea tanto o más potente que un cantón suizo. «A riqueza que temos nas rías non a vin en ningures», comenta recordando su infancia en Cambados. Sin embargo, escapó del mar, que era su destino. Él observaba a los mayores de la villa, su vida dura, y prefería otro futuro, así que se dejó convencer por su hermano para irse al País Vasco a trabajar como mecánico, siempre tierra adentro. «Foi unha emigración forzosa», recuerda con dolor, «por forza maior», repite.

El ambiente industrial en Bilbao era «distinto» y más avanzado, pero tras cumplir con la mili y casarse con su mujer, decidió dar un salto más complejo. Ya de estar fuera de Galicia, al menos alcanzar buenas condiciones «e aforrar para un piso», que era lo que hacían todos los emigrantes. Y allá se fueron los dos a Ginebra, él como mecánico de una empresa, y ella de cocinera. «Chegamos sen papeis, e tivo que recollernos antes da fronteira un policía retirado suízo para colarnos», cuenta con pillería.

Al principio, admite, «foi duro», pero pronto se cansó de que uno de sus colegas de trabajo, italiano, le tuviese que traducir siempre las órdenes del jefe, en francés, así que decidió aprender el idioma del cantón francófono. Empezaban los años 70, y en unos meses ya se manejaba con cierta soltura. Todo cambió. Domínguez y los suyos decidieron que la integración en la cosmopolita ciudad suiza era lo mejor para ellos, y él prefirió alejarse de los bares y de los entornos españoles «que non aportaban nada» y vivir como unos trabajadores más, dándolo todo cuando había que hacerlo y disfrutando cuando se podía. Un amigo le enseñó a esquiar en las cercanas estaciones alpinas, y de vez en cuando salían a cenar o participaban en actividades sociales, algo que no cree que se puedan permitir los que se van ahora a Suiza.

De hecho, si se le pregunta una recomendación para un joven que tiene que irse a buscar trabajo al extranjero, es tajante: «Que non emigre. Os cartos están ben, son importantes, pero a vida é curta, e non se pode estar pensando no país, no teu idioma, na familia e nos amigos. Eu tiven dúbidas sempre», confiesa.

Ahora bien, si no queda otra, sugiere irse con todo atado, pensando en el futuro a largo plazo. Muchos no lo hicieron, por las necesidades o por dejadez, y ahora se encuentran con mil problemas e injusticias para hacer valer los esfuerzos en forma de ahorros o pensiones. Manuel y muchos como él se sienten doblemente castigados: primero por tener que marchar, y después por no sentirse amparados por la Hacienda española.

«Montoro fixo caixa con nós ao mesmo tempo que aplicaba a amnistía fiscal»

 

 

Cuando habla como presidente de Marusía, las palabras de Manuel Domínguez desprenden una enorme desconfianza hacia el Estado español. La ilusión que tenía por regresar a Galicia se vio ensombrecida por las relaciones con Madrid, que en cierta medida propiciaron la creación del colectivo de emigrantes retornados, que es un referente en el área de Santiago.

En su caso, el problema vino condicionado por el reconocimiento de la enfermedad de su mujer, admitida en Suiza pero no en España. «Atopámonos co problema de que non recoñecían a fibromialxia e decidimos saír nos medios de comunicación para denunciar a nosa situación». Fue como un resorte. El matrimonio, ya asentado en Compostela, empezó a recibir un aluvión de llamadas de otros retornados que se encontraban en situaciones similares, sobre todo con muchos problemas para convalidar sus pensiones.

La gran mayoría, asegura, quiso hacer las cosas bien y cumplir con su país. «Temos milleiros de testemuñas de xente que acudiu a preguntar a Facenda, aos consulados e en xestorías e todos dicían que non había que declarar as pensións do estranxeiro. De súpeto, fixeron unha lei con efectos retroactivos con reclamacións de miles de euros a xente que tiña pensións pequenas», lamenta Domínguez. Con todo, lo que más le duele es que esa decisión de la Agencia Tributaria coincidió en el tiempo con la amnistía fiscal impulsada por Montoro. «Fixo caixa con nós para tapar outros buratos», dice el presidente de Marusía, al que aún le molestan las noticias del dinero de la corrupción que se esconde en Ginebra. Allí sigue cobrando una pequeña pensión: «En francos», aclara.